la fuga
Fuga hacia el plenilunio
Fuga de la sonrisa eginética
De todas las sonrisas que he visto tanto en carnes vivas como en fotografías hay una que siempre me parece especialmente actual. La que los historiadores del arte griego clásico denominan la sonrisa arcaica o eginética.
La sigo viendo representada en muchos rostros cotidianos al andar por la calle. Pero mientras la sonrisa de las carátulas o de las estatuas las sigo admirando, porque en ellas adivino un afán de superación y de curiosidad ante lo que los artistas iban obteniendo de su visión del mundo y de su esfuerzo, las sonrisas aparentemente arcaizantes de mis paisanos me desagradan y me hacen salir por pies. Debe ser por eso, por ser aparentes, no eginéticas de verdad.
Fuga de los signos de Malévich
Fuga del sonriente de Goya
Miro un rostro sonriente que dibuja Goya en uno de sus grabados. Es un rostro que emerge de la negrura de un fondo en el que no se sabe qué hay. Si es un rostro humano que expresa emoción es que vive. Surge tal vez de las tinieblas de la vida cotidiana, o esa impresión me transmite. Una cara que tiene caracterización cínica, burlona. ¿Qué puede estar diciendo al espectador de esta parte del cuadro? ¿Acaso se trata de una despedida y en un último esfuerzo dice algo así como ahí os quedáis, necios?
Puede que todo sea más sencillo que la interpretación que hace mi mente siempre febril. Que se trate solamente de un beodo que me quiere convertir en cómplice. Y me pregunto si quiero convertirme en secuaz de los otros borrachos, conscientes de una ebriedad de sus ideologías malsanas, de sus ansias de poder, de su desprecio por los otros humanos. Quiero quedarme con la sencillez de una risa cualquiera en una tesitura ordinaria. Pero sabiendo un poco de la obra de Goya, en la cual todo es intención por su parte, me quedo pensando.
Reflexiono. Goya sugiere siempre hasta en lo más nimio que hubiera pintado. Que luego resulta que no es tan nimio. Como aquel perro emergiendo de la arena en la que tanta gente ve acaso más de lo que hay, pero que transmite lo que el espectador de la pintura desee percibir. Porque Goya nos involucra a todos. Y está por encima de toda la gente que se cree triunfadora y en días de gloria o a punto de alcanzarlos, y no son más que mediocres personajes en busca de satisfacciones personales y probablemente sumamente interesadas. Figurantes de la obra en escena.
Fuga del minino
Admito que nunca he sido un entusiasta de los gatos. Cuando los he tenido cerca en casa de algún amigo me he puesto en guardia. Nunca he sabido si me buscaban para tratar de ser amistoso o para incordiar. En este sentido me han resultado siempre difíciles de descifrar sus intenciones. Si es problema mío lo ignoro, y me da igual. A estas alturas no les voy a acoger para cubrir soledades o sentir relajación como dicen otros humanos que buscan en ellos a través de su compañía. Aunque nunca se sabe. Mi relación con los mininos es distante pero admirativa por mi parte. Y de juego, ya digo que a distancia, porque si hay algo que me asombra, aparte de sus agilidades, es su aparente curiosidad.
Como hay días en que un micifuz se sube a la poyata de la ventana en cuanto levanto la persiana no puedo evitar el juego con él. Nos buscamos mutuamente, yo me muevo, él se mueve, yo me agito en vertical, él se eleva siguiendo un movimiento que para él tiene que ser bastante opaco. En fin, yo le espanto de pronto, él sale disparado, pero en cuanto rebajo mi ímpetu él se detiene, me mira, me retraigo, percibe que no estoy -yo me he escondido- y vuelve a intentar sentarse en el alféizar. Y sigue escudriñando un interior que no logra percibir, pero que intuye digno de interés, supongo que gatuno.
La curiosidad como prospección. ¿Que el gato nos da lecciones de curiosidad a los humanos? Lo dudo, porque mira que no somos en ese sentido felinos y con más éxito, sin duda. Pero, ea, cada uno en su mundo y a lo suyo.
Fuga de Bernardo Soares, según Pessoa
La última vez que estuve con Bernardo Soares fue en la terraza de su café. Era octubre pero hacía una temperatura amable y equilibrada que solo Lisboa puede proporcionar en esas fechas. Para mayor suerte los días eran de una claridad transoceánica. El estuario sabe a mar me decía. La mirada llega al otro continente, aventuré a mi acompañante un día desde la elevación de Santa Catarina.
Pero mis charlas más sustanciosas eran con Bernardo disfrazado de Fernando. En realidad eran confesiones desasosegantes, para él, pero que me transmitía a mí. Me llamó la atención en especial esta: "Todo se me evapora. Mi vida entera, mis recuerdos, mi imaginación y lo que ella contiene, mi personalidad, todo se me evapora. Continuamente siento que fui otro, que sentí como otro, que pensé como otro. Aquello a lo que asisto es un espectáculo con otro escenario. Y aquello a lo que asisto soy yo mismo".
No sé si le reconocí que me sucedía un poco lo mismo. Pero que las evaporaciones del otro que había sido abrían la puerta a un otro yo que no podía haber conocido antes. Y que me seguía interpretando mientras yo interpretaba mi papel. Bernardo me hizo siempre pensar. Las agudas palabras ajenas como revulsivo o incentivo.
Fuga de Niké
Si al entrar en el gran templo no hubiera contemplado más que a Niké me habría bastado. Tantos tesoros del profuso santuario podrían resumirse en la impetuosa alada que salía a mi paso.
Me habían hablado de ella e incluso prevenido. Yo buscaba el territorio donde habitan y se manifiestan las otras deidades no tan conocidas pero no menos poderosas. Porque el inframundo no por estar oculto a los ojos de los mortales es un espacio pasivo. En él acontecen los grandes movimientos, ya conformen agitaciones terrestres o grandes tempestades marinas. En él se resguardan las riquezas que persiguen los humanos pero también se consolidan las grandes influencias magnéticas que acompasan los giros del planeta. Allá se agitan las pasiones más temerosas y las capacidades más entregadas y generosas de la condición humana.
Niké me hizo temblar. La fuerza de su volumen se acrecentaba con el empuje de sus formas. Tal como me habían avisado, pero yo no había alcanzado a imaginar. Era lo que representaba. Llegaba desde atrás de la historia y partía hacia un destino que el espectador no alcanzaba a comprender. No en vano la llaman Niké. No se reserva para premiar a los corredores maratonianos desesperados por comunicar el éxito de una causa de guerra. Pero sabe identificarse con la soledad del corredor de fondo de una suerte de paz. Un consuelo.
Fuga del angelus vetustus
En las imágenes de la Contrarreforma trentina los ángeles son representados como niños o mozalbetes que se permiten ciertas desnudeces, porque de ellos es el reino de la inocencia. Ilustran columnas salomónicas, peanas de santos, hornacinas con advocaciones de vírgenes, escalando hasta el infinito las medidas que dé de sí ese escenario espectacular que es un retablo de altar.
Estos angelicales seres que se pretenden asexuados tienen siempre características masculinas, tal vez porque a la mujer común nunca se la tuvo en la heredada Ley de Moisés como digna de representar y ser representada. Hasta los ángeles llegaba el mensaje del poder, y así los ángeles encarnaban un paso tímido pero revoltoso de ese poder masculino. Que uno sepa no hay ángelas o si las hay están encubiertas y transexuadas.
Los ángeles del Barroco son seres que no paran. No se sabe si suben o bajan, si sostienen o derriban, si elevan algo o a alguien o bien caen, si habitan un mundo neutral o son tentados por inframundos. Habitantes de nubes inaccesibles en aquel tiempo para los humanos en ocasiones se diría de ellos que nadan entre oleajes tempestuosos. Con tal profusión de ángeles buenos y bellos, ¿se pretendía exorcizar una tentadora rebelión con esas almas que están y no están, que ríen pero no disfrutan, que se inquietan pero no aportan estabilidad teológica?
Nunca hubiera imaginado que las figuras de estos efebos del cristianismo me hicieran pensar en la nebulosa corte de la teocracia humana. Porque a ella sirven como servidumbre o como excusa.
Fuga del voceador de prensa
El último voceador de prensa que conocí fue en el París de los 70. Demandez Liberation!, canturreaba por Quai Saint-Michel el convencido partidario de un diario cooperativista en aquel tiempo. Yo se lo compraba no solo porque el periódico me parecía modesto pero rompedor, sino porque era aferrarse uno a una iniciativa de mercado que ya había desaparecido prácticamente. Y que merecía ser reconocida.
Probablemente haya aún voceadores de prensa en algunos países. El mundo es grande y aunque se imponen los medios digitales el papel lucha por la supervivencia, no sé hasta cuándo aguantará. Dicen que los antiguos voceadores, donde el niño o el joven era protagonista, te cantaba los titulares del día o al menos el más sensacionalista. Supongo que sería todo un arte anunciar un suceso o un acontecimiento importante, y más arte elevar de categoría una noticia menor y cautivar por un instante al peatón.
Así que no puedo por menos que tener un punto de flaqueza por el niño de cartón piedra que pretende inmortalizar un oficio y a un menor que no tenía más remedio que ganarse la vida -siquiera un cacho de esta- pregonando el diario de turno. Otros trabajaban de limpiabotas o en las minas. Occidente parece haberlo olvidado.
Fuga del valeroso soldado del roscón de Reyes
En las tierras del Norte, que yo sepa, antiguamente ponían dentro del roscón de Reyes una haba. Ya se sabe la tradición: aquello de quien se topara con la haba pagaría la pieza dulce. La sofisticación posterior ha llevado a incluir figuras en miniatura representando personajes tópicos u objetos. Lo que no me esperaba era encontrarme hoy dentro del pastel al valeroso soldado Svejk, que aquel irónico autor checo, Jaroslav Hasek, se inventara para parodiar con sus aventuras de guerra justamente a eso: a las guerras, a las burocracias, a los ejércitos, a los mandamases, a la gente bobalicona y dócil.
Ojalá llegase el espíritu del valeroso soldado Svejk al mundo revuelto de nuestros días. Que no solo es el de los conflictos exteriores en vigor, cada vez más peligrosos e incendiarios, sino las formas alocadas de un carpe diem consumista y una pérdida del norte de la convivencia y de las necesidades a satisfacer. Seguramente nuestro valiente soldado forzoso se reiría de nosotros de conocer las ansiedades que nos devoran.
Me quedo mirándolo y descubro una sonrisa burlona, untada de nata.
Fuga del almanaque
Mientras las gentes dicen de celebrar unas fiestas y desean con expresiones buenistas, uno simplemente recuerda. Tiempos de rituales. ¿Cuándo no lo fueron? Pero los de ahora, ¿son más sinceros que los de otras épocas? ¿Acaso análogos en sus convencionalismos? Da igual, uno se abriga en recuerdos y se extravía un poco en perseguir significados de las formas de vida que había tras la liturgia de los días.
Por supuesto, ya existía entonces un marco de consumo de baja intensidad pero más sometido al aspecto familiar e incluso (o sobre todo) religioso. Para un niño cada faceta de estos días -vacaciones escolares, puesta del nacimiento, turrones, la perspectiva de los Reyes- era complementaria entre sí. Pero había un elemento impreso que desde el primer día se mantenía no solo como una aportación más sino como un integrante familiar. El Almanaque del TBO, que centraba en sus páginas características propias de las fechas, incorporando el recortable de un belén que al niño poco mañoso le provocaba harto esfuerzo pero le generaba hasta cierto punto dosis de paciencia. La ilusión justificaba la tarea.
El niño de ayer piensa hoy en cómo le marcó TBO. Y todos los tebeos, verdadera fuente de enseñanza y de introducción a lecturas más severas, que conducían al chico a planetas imaginarios y compensadores de las obligaciones cotidianas.
Fuga de la niebla
La niebla sugiere un boceto. Es un boceto falso porque el cuadro ya está predeterminado. Pero mientras dura el fenómeno, ¿no da la impresión de que todo estuviera por hacer?
Uno contempla el paisaje semioculto, o escondido del todo, y trata de recomponer las figuras. Aquí un árbol, allí una casa, más allá un muelle, o esto que se prolonga por el horizonte hasta desaparecer y que es un río, y más árboles, y se supone que el cielo, pero no se sabe con seguridad porque cielo y niebla se imponen. Niebla y cielo se acercan a los ojos humanos y todo se vuelve incierto. ¿Y si morir fuera algo semejante? ¿Y si ir yéndonos a la nada se tratase de un episodio de niebla tras el cual ya no estamos? ¿Y si la vida hubiera resultado ser niebla de la que emergíamos cada día sin saber con certeza qué claridad tuvimos y qué obscuridad nos fundió?
La niebla, algo así nos configura como bocetos que nunca acabamos de plasmarnos en la obra definitiva. Tal vez porque no hay obra definitiva, solo pinceladas y tantas veces a voleo.
Fuga del brindis al placer
De pronto mi mirada recorriendo el cuadro picassiano. Una reproducción que me resulta paradigmática y que no todos los que me visitan saber apreciar. Hoy se me ocurre nombrarlo como el ofrecimiento del placer.
¿Qué entender por placer? Algo extenso, me respondo. Hay en la imagen dos representaciones de seres. Cada una complementa a la otra. Ambos son sensitivos y racionales, porque los sentidos y la racionalidad son aliados. La copa es el ejercicio y la virtud de la vida. Se la ofrecen mutuamente.
¿Qué más se ofrecen y qué más se dan estos individuos? Se dan pensamiento y diálogo: la mujer escucha, minotauro escucha. Se dan expectativa: ambos esperan con tranquilidad tomar las facetas de la vida. No se permite la ansiedad, parece decir él. No se acepta la imposición, piensa ella. Se da la voluptuosidad: la complacencia sensual no reside en las formas, sino en el desarrollo interior, que se comparte. El frágil en apariencia puede ser tan apasionado como el vigoroso que se exhibe. Se dan intercambio de emociones. Con la palabra, con el silencio, con la mirada, con la risa, simplemente con la fecunda dilación. Se dan en las apuestas que emergen de lo profundo: anhelos, deseos, ensoñaciones, fantasías, simulaciones.
Minotauro nos mira y nos conduce al brindis. La mujer le observa pero no es pasiva. Ella va a ratificar o corregir cualquier desvío. Ambos nos invitan al placer y al disfrute de existir y de procurar. Existir es inercia, con todas sus manifestaciones (otros le llaman lucha por la vida) Procurar es el esfuerzo humano y su tendencia al placer. El placer es también: actitud ética, bondad, generosidad, compasión, entrega, claridad en pensamiento, capacidad de modificar comportamientos.
¿Quién puede pretender reducir el placer cuando tantas conductas de la vida amplían su hondura y su capacidad de satisfacción? Eso sí: nunca se debe olvidar lo efímero y circunstancial que puede ser. Para no ser víctimas de una autohumillación innecesaria.
Fuga de la belleza sin edad
Suena a tópico, pero lo veo así. La belleza no tiene edad. Es cambiante, simplemente. Pero lo interesante reside en que en cualquier tiempo es digna y también deslumbrante.
El árbol nos habla. Aun de esta guisa, nos dice: soy acogedor. Nuestra mirada le devuelve admiración y, sobre todo, gratitud.
Ya sé, sigue diciendo, que soy metáfora para vosotros los humanos. La decadencia y la decrepitud os brindan la imagen oportuna de lo que vosotros nombráis ancianidad. Ved pues, si me consideráis bello, que también vuestra vejez puede ser hermosa.
Fuga de la algarada
Encuentro una fotografía en blanco y negro que habla de un tiempo gris. No me fijo tanto en lo que representa -una algarada minúscula en la calle contra un régimen político abyecto- como en las formas. Cómo visten los que protestan, la ubicación de los comercios y edificios de la calle, muchos de ellos desaparecidos, el comportamiento nervioso de los manifestantes, que miran para todas partes mientras se desplazan entre gritos, en guardia por la probable llegada de los cascos y las porras. Cincuenta años más o menos nos contemplan, dirá el superviviente que observa la imagen.
Con frecuencia me pregunto ante este tipo de fotografías cuántos de los presentes en aquella concentración, o en otras, estarán aún vivos. Luego cuántos mantendrán, si no una llama, sí al menos un rescoldo de aquella rebeldía. Después, cuántos habrán evolucionado hacia un extremo opuesto a los valores de la expresión de entonces y cuántos simplemente habrán entrado en una especie de neutralidad que la edad exige para no sentirse frustrados.
Actuaciones como estas eran denominadas alteraciones del orden público. Una paradoja, porque precisamente el orden público se basaba, desde hacía décadas, en un origen espurio, injusto y violento. Por una alteración de ese calibre muchos conocieron la interrupción temporal de sus vidas, en manos de un Estado inicuo.
Pero hoy me quedo solo con las formas, ya digo. Los pantalones más o menos acampanados, las trencas estudiantiles, los jerseis de cuello alto, algunas cazadoras humildes, la mayor presencia masculina, los edificios ajados, los utilitarios modestos de la época, el valor de algunas mujeres que rompían los esquemas de la pata quebrada y en casa...Al final, uno se queda con el ejercicio de memoria.
Vade retro, satánica nostalgia, dice una voz interior. Nostalgia, ¿de qué? ¿De un tiempo que solo tenía de mejor que éramos jóvenes y osados?
Fuga de la lejana fecha de un resistente
¿Cuántos años hubiera cumplido hoy? Lejana fecha que se acerca como bumerán. ¿Cuántos años tiene que cumplir un hombre para ratificarse como hombre? Él se ratificó hasta en su estertor apacible, sin molestar a nadie.
Había sido el hombre de la continua adaptación. En este sentido, ¿acaso él era diferente a la inmensa mayoría? Pastor, soldado forzado en una guerra, combatiente herido, trabajador el resto de su vida. Pero también base de familia. No de una, de varias. Los tiempos de posguerra fueron extremadamente crueles para los vencidos, difíciles y miserables para muchos de los vencedores. ¿Se descubrió a sí mismo en la dificultad? ¿Se consolidó en su filosofía del esfuerzo y del sacrificio para protección de los propios? ¿Creció en aquel tiempo su mentalidad de que primero la seguridad de los suyos y luego nada más? Nada más que mantener un equilibrio. Pero esto, ¿es poco? ¿O es todo?
Mantener un equilibrio: obsesión de un resistente. Tras la larga madurez su envejecimiento digno. Los males que le aquejaron y a los que pudo domeñar. El padecimiento por el proceso neurológico degenerativo de su mujer. El sufrimiento por el hijo que se le había torcido. ¿Su victoria? Sobrevivir en cualquier circunstancia a las dificultades. Sortear el fin hasta edad muy avanzada. Y en su instante irreversible dejarse llevar por la parca sin alharacas.
La vida premia a los resistentes. Pero ¿cuándo se sabe que se es resistente auténtico? ¿Tal vez cuando uno tiene conciencia de haberse sobrepuesto a las adversidades, de haber digerido la vida, de haber asimilado la experiencia? Tal vez.
Fuga de la devastación
Durante el último año he seguido desde mi ventana la construcción de un edificio próximo. La aparente lentitud con que se ejecuta una obra oculta la precisión y el trabajo sin pausa. El mirón de paso, que no el observador, suele criticar el proceso. Parece la obra de El Escorial, es el tópico al uso de quien no construye habitualmente su mente con solidez de materiales ni con la inteligencia del conocimiento adecuado. De quien no aprecia la compleja y exquisita labor humana de levantar un edificio.
Durante las últimas semanas he observado con un detalle que me removía las tripas las imágenes que llegan de ciudades devastadas en la franja de Gaza. Calles enteras cuyos edificios se han venido abajo por la acción de la artillería y la aviación israelíes. Amontonamiento de escombros. Sepulturas repentinas de cientos de habitantes. Procesos largos de trabajo desaparecidos no solo del mapa sino tal vez de la memoria. Propiedades que probablemente han borrado hasta sus registros.
La antítesis de alzar es derribar. La mano implacable de un Estado invasor, Israel, me recuerda aquellas imágenes de ciudades devastadas por aliados o nazis durante la terrible Segunda Guerra Mundial. ¿No se ha hablado siempre de Yahvé como el gran demiurgo? Ah, ¿qué no era su misión solamente levantar moradas para los suyos sino también aniquilar al enemigo, según las Escrituras? Acabemos. No sé si todo estaba escrito en aquella cultura judaica de Oriente Próximo, pero quien registrara como sagrados los textos de tradición oral parecía disponer de una gran dosis de premonición. ¿Seguirá Dios manteniendo sus fieles aliados? ¿Seguirá siendo el omnipotente y terrible creador que cuando le conviene salva a los suyos y condena a los otros a las tinieblas exteriores?
Miro de nuevo el edificio cercano a punto de ser terminado. Contemplo fotografías de la destrucción militar en Gaza. Tengo pensamientos claros y a la vez oscuros.
Fuga de la mano de Man Ray
Fuga del paisaje sabroso
Hay paisajes de larga distancia y paisajes de proximidad. Un paisaje no tiene por qué ser solo el ámbito que percibimos con perspectiva amplia y extensa. Puede ser el que tenemos ante nosotros cada mañana. Los ojos comen tanto como nuestro paladar. Podría decirse que este suele ser conducido por la mirada, sin desdeñar ese otro gran medidor llamado olfato.
Sin un paisaje sabroso que satisfaga al apetito no es posible contemplar con esperanza y gratitud el día que comienza. Hay quien pone la radio o lee la prensa o se enreda en los whatsapp mientras el alimento es rutina o se obvia. La primera información de la mañana deben tenerla el estómago y los intestinos. Uno tiene mejor disposición hacia las cuitas y los sinsabores que estén por llegar en el transcurso de las horas. Yo diría que incluso predispone a una más ecuánime percepción de la realidad y fomenta la bonhomía colaborativa.
Me dispongo a dar fe de ello con un pan de cantero del día anterior bien pringado de tomate y aceite y un jamón exquisito. Estas son algunas de mis banderas.
Fuga del pajarito
El pajarito siempre estuvo allí. Con nenes delante o con pareja de novios o con soldadito solo o con chachas de las familias bien. Cerca del barquillero o del barquero, el fotógrafo eternizaba lo pasajero. Señas de identidad humana del parque. Tríada de ilusionistas. Complementarios de los árboles de distintas especies, de los rincones acogedores, del lago y sus patos y peces.
Siempre me llamó la atención el término eternizar o inmortalizar. ¿Hasta qué punto se eterniza aquello que puede durar más o menos pero que es efímero? ¿Qué eternidad o inmortalidad habita en una instantánea tomada por el fotógrafo? Sin duda la eternidad del recuerdo. Que también es pasajera. La inmortalidad de una constancia testimonial para las nuevas generaciones que jamás o poco conocieron a sus antecesores.
Pero gracias a las fotografías uno activa sus emociones, que no solo sus recuerdos o la reconstrución imaginaria de un pasado que no conoció o bien olvidó en tantos detalles. Me parece formidable que el fotógrafo tenga su escultura en un parque poblado de recuerdos desde hace casi siglo y medio. Hay días en que me refugio en él. Una verdadera fuga. Pero es que esta clase de fugas te permiten seguir descubriendo. Es decir, percibir lo nuevo. ¿Cómo podría decir que lo tengo todo visto en un parque que cada vez que lo recorro me hace guiños y sugerencias desconocidas?
Fuga de los membrillos
Tiempo de membrillos. O cuando una simple mirada sobre ellos me trae otro tiempo que ahora me parece más ligero. ¿Lo era? Tal vez lo que resultaba más leve y superficial era la mirada sobre los acontecimientos. Porque el niño que observaba, ávido y curioso, percibía lo aparente sin conocer lo que había detrás.
Vivía en el perímetro de una fábrica de dulce y obrador de pastelería. Bajo su balcón era la temporada de descargar camiones cuya caja rebosaba de membrillos. ¿Cuántos habrá? Pregunta ingenua a la madre que se asomaba con él a presenciar la esforzada labor de descarga. Una cuadrilla de jornaleros provistos de sarde y canastos que iban vaciando el remolque, entre pitillo y pitillo. En algunas paradas los hombres charlaban con la madre pero el niño no recuerda qué dirían. Sería convencional. Él, a lo suyo, a contar un membrillo tras otro hasta perderse enseguida en el recuento. A no privarse de movimiento alguno desde el principio al fin de la tarea. ¿Sería así como descubrió que todo lo que comienza también termina? Seguramente no, pero era tan visual el ejemplo...
Aquella criatura que ya peina canas se deja tentar ahora por la luminosidad del membrillo. Porque esta fruta no es meramente amarilla, es sobre todo luz. Luz que como un faro se mueve en la misma dirección hacia otros tiempos y excesivos espacios. Se le antoja que hay un gesto simbólico, algo prometeico, en la fotografía. Es la posesión en sus manos de la luz. Y ahora sabe que la luz siempre es prestada. Que él no estará y la luz permanecerá para que cualquiera intente atraparla. Porque la luz, no importa si es un resquicio o un haz más poderoso, existe para posesión de los habitantes de la tierra.
Fuga de los elementos
Cuando paso por delante de la obra de Chillida me viene a la mente aquello de los cuatro elementos que ya los filósofos griegos clásicos fueron designando. Había que otorgar sustantivos y conceptos -¿qué fue primero?- a cuanto iban comprobando las antiguas culturas. Pienso entonces que los hombres, milenios antes, ya venían experimentando la transformación de los elementos físicos, les interesara o no su proyección filosófica o su nomenclatura.
Cierto que en el caso de esta obra, basada y abstraída a partir de unos versos de Jorge Guillén en Cántico, parece imperar solo uno de los elementos: lo profundo es el aire, recogió el escultor del poeta. Pero ¿acaso no se funden los demás elementos con el aire? ¿No hay fuego tras el metal? ¿No hay agua bajo el suelo o en el crecimiento del árbol? ¿No hay tierra como sujeción o en esa pantalla de piedra donde resalta la obra?
En definitiva, ¿hay algo en la materia física que no se deba a lo otro?
O el hombre mismo, donde los elementos más primigenios se mezclan aleatorios y de forma contradictoria, como ya designaba Empédocles o más tarde aplicaba Hiopócrates a su observación del cuerpo humano.
Pasar junto a los cuatro elementos resumidos en uno. Parada y observación. Mirada y sentimiento. Comprensión y latido. Me priva esta obra de Eduardo Chillida. Tan elemental. En su complejidad.
Fuga del crimen del profesor
Fuga de la mala reputación
Fuga de la hogaza
Fuga del niño al que llevaban de paseo
Paseo por una plaza principal en una tarde de verano tardío. Cuando las calles eran prácticamente peatonales. Hay naturalidad en los paseantes. Hay elegancia en todos ellos, sobre todo en la mujer madura. Tiene también un porte medido y no descuida el movimiento de sus pasos. En la imagen no se advierte la cuidada cosmética que se aplicaba y que probablemente le haría más deseable. La adolescente va contenta y segura del brazo de su tía. Al niño se le lleva de la mano, no se sabe bien si como un gesto de protección habitual de la madre o porque él acostumbra a ir a su bola y no es difícil que se despiste. De todos modos no era frecuente despistarse en una ciudad que entonces se veía más apacible y la gente no se desplazaba con urgencias.
El centro de la plaza era una amplia isleta con una escultura de un escritor importante que el niño aún desconocía. Para llegar a ella se atravesaba una confluencia de calles donde dominaba el adoquinado. Probablemente aquel pavimento haya quedado soterrado por el actual asfalto. Pero bajo los adoquines seguramente no cabe esperar que haya playa, como sugería un lema que muchos años después al niño ya crecido le haría mucha gracia. En todo caso lo que sí hay es un terreno con capas freáticas a poca profundidad y la huella de un río cuyo curso fue desviado o, más bien, traicionado por la mano humana.
Lo más destacable de la fotografía es la mueca del niño. No es que lo hiciera a propósito al posar ante el fotógrafo, sino que era baste usual en él ejercitar movimientos diversos. De boca, de manos, de ojos. No sabía entonces por qué ni lo supo nunca después, incluso cuando ya había superado la etapa de las muecas. Probablemente por algún mecanismo recóndito de autodefensa. O de exhibición nerviosa. O de placer incontenible que traducía las pequeñas pruebas de conocimiento del cuerpo que el hombre va ejercitando a medida que crece. Había tanta personalidad oculta dentro de aquel niño. Si se contemplara de mayor se sorprendería de ir vestido como un lienzo, tan blanco, tan impoluto. Si hoy se observase con detalle añoraría la pulcritud, efecto de aquel cuidado maternal. Tal vez reflejo de un corazón todavía tan puro.
¿A dónde se dirigían? Iban de paseo. Un paseo no llevaba a ninguna parte porque el fin en sí mismo era pasear. Pero por la cercanía del lugar cabe imaginar que al niño le esperaba un barquillero. O el puesto de helados. Se lo habrían prometido. Y el crío, risueño y ufano, solo pensaba entonces en el inmediato y gozoso aliciente. Las ideas revueltas llegarían mucho después.
Fuga de un viaje de ida
Fuga de aquellos cines
Fuga del sayón
El niño y las estatuas
Fuga del hombre al agua
Fuga del torso de la diosa
Presencia del saber en Don Quijote y Sancho Panza
Fuga del laberinto de los libros
Fuga de la ira, entre Chantal Maillard y Michel de Montaigne
Fuga de Juana Inés
es dolor sin igual, en mi sentido;
mas que me quiera Silvio aborrecido
es menor mal, mas no menor enfado.
¿Qué sufrimiento no estará cansado,
si siempre le resuenan al oído,
tras la vana arrogancia de un querido,
el cansado gemir de un desdeñado?
Si de Silvio me cansa el rendimiento,
a Fabio canso con estar rendida:
si de éste busco el agradecimiento,
a mí me busca el otro agradecida:
por activa y pasiva es mi tormento,
pues padezco en querer y ser querida.
Clave de la escritura de Kenko Yoshida
Ángela Figuera Aymerich y Belleza cruel
"Dadme un espeso corazón de barro,
dadme unos ojos de diamante enjuto,
boca de amianto, congeladas venas,
duras espaldas que acaricie el aire.
Quiero dormir a gusto cada noche.
Quiero cantar a estilo de jilguero.
Quiero vivir y amar sin que me pese
este saber y oír y darme cuenta;
este mirar a diario de hito en hito
todo el revés atroz de la medalla".
Fuga testamentaria de Marlen Haushofer
Nota a pie de mi página: Recuperar la lectura de una escritora a medio descubrir, dura, sí, pero necesaria para fortalecernos. ¿Fortalecernos para comprender? ¿Comprender para hacernos más fuertes? No habrá sido vano intentarlo.
Crónica del inicio del día, con una paradoja de John Donne como apoyo anímico
La vida consagrada a la belleza de la señora Krueger
"- ¿Es su marido?, pregunta la niña. Y la anciana responde:
- No tengo marido, cielo.
- ¿Está muerto?
- No, Clara. He consagrado mi vida a la belleza".
Reencuentro con Erich Fried, que estaba fugado
El oculto
Tengo que aprender a ocultarme
de mis perseguidores
y empeñado en ello
me acecha un doble peligro
Quizá no esté
suficientemente escondido
de ellos
pero demasiado ya de mí mismo