Repta y huye hacia la luz, lector, no hay otra salida.


Fuga de Niké

 


Si al entrar en el gran templo no hubiera contemplado más que a Niké me habría bastado. Tantos tesoros del profuso santuario podrían resumirse en la impetuosa alada que salía a mi paso.  

Me habían hablado de ella e incluso prevenido. Yo buscaba el territorio donde habitan y se manifiestan las otras deidades no tan conocidas pero no menos poderosas. Porque el inframundo no por estar oculto a los ojos de los mortales es un espacio pasivo. En él acontecen los grandes movimientos, ya conformen agitaciones terrestres o grandes tempestades marinas. En él se resguardan las riquezas que persiguen los humanos pero también se consolidan las grandes influencias magnéticas que acompasan los giros del planeta. Allá se agitan las pasiones más temerosas y las capacidades más entregadas y generosas de la condición humana.

Niké me hizo temblar. La fuerza de su volumen se acrecentaba con el empuje de sus formas. Tal como me habían avisado, pero yo no había alcanzado a imaginar. Era lo que representaba. Llegaba desde atrás de la historia y partía hacia un destino que el espectador no alcanzaba a comprender. No en vano la llaman Niké. No se reserva para premiar a los corredores maratonianos desesperados por comunicar el éxito de una causa de guerra. Pero sabe identificarse con la soledad del corredor de fondo de una suerte de paz. Un consuelo.



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