El último voceador de prensa que conocí fue en el París de los 70. Demandez Liberation!, canturreaba por Quai Saint-Michel el convencido partidario de un diario cooperativista en aquel tiempo. Yo se lo compraba no solo porque el periódico me parecía modesto pero rompedor, sino porque era aferrarse uno a una iniciativa de mercado que ya había desaparecido prácticamente. Y que merecía ser reconocida.
Probablemente haya aún voceadores de prensa en algunos países. El mundo es grande y aunque se imponen los medios digitales el papel lucha por la supervivencia, no sé hasta cuándo aguantará. Dicen que los antiguos voceadores, donde el niño o el joven era protagonista, te cantaba los titulares del día o al menos el más sensacionalista. Supongo que sería todo un arte anunciar un suceso o un acontecimiento importante, y más arte elevar de categoría una noticia menor y cautivar por un instante al peatón.
Así que no puedo por menos que tener un punto de flaqueza por el niño de cartón piedra que pretende inmortalizar un oficio y a un menor que no tenía más remedio que ganarse la vida -siquiera un cacho de esta- pregonando el diario de turno. Otros trabajaban de limpiabotas o en las minas. Occidente parece haberlo olvidado.
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