Repta y huye hacia la luz, lector, no hay otra salida.


Fuga de la niebla

 


La niebla sugiere un boceto. Es un boceto falso porque el cuadro ya está predeterminado. Pero mientras dura el fenómeno, ¿no da la impresión de que todo estuviera por hacer? 

Uno contempla el paisaje semioculto, o escondido del todo, y trata de recomponer las figuras. Aquí un árbol, allí una casa, más allá un muelle, o esto que se prolonga por el horizonte hasta desaparecer y que es un río, y más árboles, y se supone que el cielo, pero no se sabe con seguridad porque cielo y niebla se imponen. Niebla y cielo se acercan a los ojos humanos y todo se vuelve incierto. ¿Y si morir fuera algo semejante? ¿Y si ir yéndonos a la nada se tratase de un episodio de niebla tras el cual ya no estamos? ¿Y si la vida hubiera resultado ser niebla de la que emergíamos cada día sin saber con certeza qué claridad tuvimos y qué obscuridad nos fundió?

La niebla, algo así nos configura como bocetos que nunca acabamos de plasmarnos en la obra definitiva. Tal  vez porque no hay obra definitiva, solo pinceladas y tantas veces a voleo.



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