Repta y huye hacia la luz, lector, no hay otra salida.


Fuga del almanaque

 


Mientras las gentes dicen de celebrar unas fiestas y desean con expresiones buenistas, uno simplemente recuerda. Tiempos de rituales. ¿Cuándo no lo fueron? Pero los de ahora, ¿son más sinceros que los de otras épocas? ¿Acaso análogos en sus convencionalismos? Da igual, uno se abriga en recuerdos y se extravía un poco en perseguir significados de las formas de vida que había tras la liturgia de los días.

Por supuesto, ya existía entonces un marco de consumo de baja intensidad pero más sometido al aspecto familiar e incluso (o sobre todo) religioso. Para un niño cada faceta de estos días  -vacaciones escolares, puesta del nacimiento, turrones, la perspectiva de los Reyes- era complementaria entre sí. Pero había un elemento impreso que desde el primer día se mantenía no solo como una aportación más sino como  un integrante familiar. El Almanaque del TBO, que centraba en sus páginas características propias de las fechas, incorporando el recortable de un belén que al niño poco mañoso le provocaba harto esfuerzo pero le generaba hasta cierto punto dosis de paciencia. La ilusión justificaba la tarea.

El niño de ayer piensa hoy en cómo le marcó TBO. Y todos los tebeos, verdadera fuente de enseñanza y de introducción a lecturas más severas, que conducían al chico a planetas imaginarios y compensadores de las obligaciones cotidianas.


 

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