Repta y huye hacia la luz, lector, no hay otra salida.


Fuga del minino

 


Admito que nunca he sido un entusiasta de los gatos. Cuando los he tenido cerca en casa de algún amigo me he puesto en guardia. Nunca he sabido si me buscaban para tratar de ser amistoso o para incordiar. En este sentido me han resultado siempre difíciles de descifrar sus intenciones. Si es problema mío lo ignoro, y me da igual. A estas alturas no les voy a acoger para cubrir soledades o sentir relajación como dicen otros humanos que buscan en ellos a través de su compañía. Aunque nunca se sabe. Mi relación con los mininos es distante pero admirativa por mi parte. Y de juego, ya digo que a distancia, porque si hay algo que me asombra, aparte de sus agilidades, es su aparente curiosidad. 

Como hay días en que un micifuz se sube a la poyata de la ventana en cuanto levanto la persiana no puedo evitar el juego con él. Nos buscamos mutuamente, yo me muevo, él se mueve, yo me agito en vertical, él se eleva siguiendo un movimiento que para él tiene que ser bastante opaco. En fin, yo le espanto de pronto, él sale disparado, pero en cuanto rebajo mi ímpetu él se detiene, me mira, me retraigo, percibe que no estoy -yo me he escondido- y vuelve a intentar sentarse en el alféizar. Y sigue escudriñando un interior que no logra percibir, pero que intuye digno de interés, supongo que gatuno.

La curiosidad como prospección. ¿Que el gato nos da lecciones de curiosidad a los humanos? Lo dudo, porque mira que no somos en ese sentido felinos y con más éxito, sin duda. Pero, ea, cada uno en su mundo y a lo suyo.



Sem comentários:

Enviar um comentário