Repta y huye hacia la luz, lector, no hay otra salida.


Fuga de los membrillos

 


Tiempo de membrillos. O cuando una simple mirada sobre ellos me trae otro tiempo que ahora me parece más ligero. ¿Lo era? Tal vez lo que resultaba más leve y superficial era la mirada sobre los acontecimientos. Porque el niño que observaba, ávido y curioso, percibía lo aparente sin conocer lo que había detrás.

Vivía en el perímetro de una fábrica de dulce y obrador de pastelería. Bajo su balcón era la temporada de descargar camiones cuya caja rebosaba de membrillos. ¿Cuántos habrá? Pregunta ingenua a la madre que se asomaba con él a presenciar la esforzada labor de descarga. Una cuadrilla de jornaleros provistos de sarde y canastos que iban vaciando el remolque, entre pitillo y pitillo. En algunas paradas los hombres charlaban con la madre pero el niño no recuerda qué dirían. Sería convencional. Él, a lo suyo, a contar un membrillo tras otro hasta perderse enseguida en el recuento. A no privarse de movimiento alguno desde el principio al fin de la tarea. ¿Sería así como descubrió que todo lo que comienza también termina? Seguramente no, pero era tan visual el ejemplo...

Aquella criatura que ya peina canas se deja tentar ahora por la luminosidad del membrillo. Porque esta fruta no es meramente amarilla, es sobre todo luz. Luz que como un faro se mueve en la misma dirección hacia otros tiempos y excesivos espacios. Se le antoja que hay un gesto simbólico, algo prometeico, en la fotografía. Es la posesión en sus manos de la luz. Y ahora sabe que la luz siempre es prestada. Que él no estará y la luz permanecerá para que cualquiera intente atraparla. Porque la luz, no importa si es un resquicio o un haz más poderoso, existe para posesión de los habitantes de la tierra.



 

Sem comentários:

Enviar um comentário