Repta y huye hacia la luz, lector, no hay otra salida.


Fuga del sayón




Qué poca cosa es un sayón. Este tiene cara de circunstancias, como si le hubiera tocado en suerte ser forzado al oficio. Hay otros de su cuadrilla con cara de rencor, gesto de violencia, mueca de ferocidad, signos de comportamiento abyecto. 

En los pasos de la Pasión de Cristo que esculpió el Barroco castellano los sayones aparecen ejecutando su labor de torturadores, encargados de llevar hasta las últimas al supuesto salvador de los judíos. En un paso completo se puede comprobar su misión, a ojos de mentalidad de la Contrarreforma católica. Pero cuando desarman uno de esos conjuntos escultóricos para su rehabilitación, figura a figura, qué solos se encuentran los verdugos. No son nada.

Naturalmente, si se hubieran expuesto siempre así, individualizados, sin las cuerdas que sueltan de la cruz, sin el sujeto al que van a ejecutar, no habrían cumplido la función para la que estaban destinados en el teatro del Barroco.






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