Repta y huye hacia la luz, lector, no hay otra salida.


Fuga de la algarada

 


Encuentro una fotografía en blanco y negro que habla de un tiempo gris. No me fijo tanto en lo que representa -una algarada minúscula en la calle contra un régimen político abyecto- como en las formas. Cómo visten los que protestan, la ubicación de los comercios y edificios de la calle, muchos de ellos desaparecidos, el comportamiento nervioso de los manifestantes, que miran para todas partes mientras se desplazan entre gritos, en guardia por la probable llegada de los cascos y las porras. Cincuenta años más o menos nos contemplan, dirá el superviviente que observa la imagen. 

Con frecuencia me pregunto ante este tipo de fotografías cuántos de los presentes en aquella concentración, o en otras, estarán aún vivos. Luego cuántos mantendrán, si no una llama, sí al menos un rescoldo de aquella rebeldía. Después, cuántos habrán evolucionado hacia un extremo opuesto a los valores de la expresión de entonces y cuántos simplemente habrán entrado en una especie de neutralidad que la edad exige para no sentirse frustrados.

Actuaciones como estas eran denominadas alteraciones del orden público. Una paradoja, porque precisamente el orden público se basaba, desde hacía décadas, en un origen espurio, injusto y violento. Por una alteración de ese calibre muchos conocieron la interrupción temporal de sus vidas, en manos de un Estado inicuo.

Pero hoy me quedo solo con las formas, ya digo. Los pantalones más o menos acampanados, las trencas estudiantiles, los jerseis de cuello alto, algunas cazadoras humildes, la mayor presencia masculina, los edificios ajados, los utilitarios modestos de la época, el valor de algunas mujeres que rompían los esquemas de la pata quebrada y en casa...Al final, uno se queda con el ejercicio de memoria.

Vade retro, satánica nostalgia, dice una voz interior. Nostalgia, ¿de qué? ¿De un tiempo que solo tenía de mejor que éramos jóvenes y osados?



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