Repta y huye hacia la luz, lector, no hay otra salida.


Ángela Figuera Aymerich y Belleza cruel




Nunca sabes por qué te pones a leer un texto. Cae un libro al azar, lo tomas de un estante, rescatándolo del olvido, que es tu olvido, vergonzante acaso de tu propia ingratitud. No se llevan hoy estas lecturas, te dices, al abrir las primeras páginas y fijar tu mente en aquel poema. 

"Dadme un espeso corazón de barro,
dadme unos ojos de diamante enjuto,
boca de amianto, congeladas venas,
duras espaldas que acaricie el aire.
Quiero dormir a gusto cada noche.
Quiero cantar a estilo de jilguero.
Quiero vivir y amar sin que me pese
este saber y oír y darme cuenta;
este mirar a diario de hito en hito
todo el revés atroz de la medalla".

Descubres, o memorizas, que este poema que da título al libro se llama Belleza cruel. Un título hermoso, ¿enrevesado? ¿Puede ser cruel la belleza? Puede serlo. Pueden serlo las circunstancias que se vivan y que a pesar de ellas se te ofrezca la belleza y no puedas disfrutarla libremente, suficientemente. Y entonces culpas a la belleza, por existir, porque culpar a la belleza también es reconocerla. Ángela Figuera Aymerich: qué libro de poemas tan duro pero tan hermoso nos ofreciste desde el silencio de aquel tiempo y de sus días. Qué país te tocó en suerte -en desdichada suerte para tantos- y cómo sorteaste la amargura escribiendo, con tiento, con tacto, con armonía, de cuanto les ocurría a las gentes. Admiro ahora, después de tantas caídas y alzadas,  las metáforas riquísimas que nos ofreces. Estas construyen y no son falsas. Ofrecen una actitud y no son traidoras. Alivian la tensión y nos salvan de perecer. ¿Tendremos que adoptar de nuevo estos versos como parte de un tratado de saber vivir?

Ángela, una mujer de otro tiempo, pero también de este tiempo, tus versos para nuestra compañía. Pues tal parece que los ciegos de estos días suspiran en su analfabetismo insensible por cuanto creímos fenecido.  



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