Repta y huye hacia la luz, lector, no hay otra salida.


Fuga del sonriente de Goya

 


Miro un rostro sonriente que dibuja Goya en uno de sus grabados. Es un rostro que emerge de la negrura de un fondo en el que no se sabe qué hay. Si es un rostro humano que expresa emoción es que vive. Surge tal vez de las tinieblas de la vida cotidiana, o esa impresión me transmite. Una cara que tiene caracterización cínica, burlona. ¿Qué puede estar diciendo al espectador de esta parte del cuadro? ¿Acaso se trata de una despedida y en un último esfuerzo dice algo así como ahí os quedáis, necios? 

Puede que todo sea más sencillo que la interpretación que hace mi mente siempre febril. Que se trate solamente de un beodo que me quiere convertir en cómplice. Y me pregunto si quiero convertirme en secuaz de los otros borrachos, conscientes de una ebriedad de sus ideologías malsanas, de sus ansias de poder, de su desprecio por los otros humanos. Quiero quedarme con la sencillez de una risa cualquiera en una tesitura ordinaria. Pero sabiendo un poco de la obra de Goya, en la cual todo es intención por su parte, me quedo pensando. 

Reflexiono. Goya sugiere siempre hasta en lo más nimio que hubiera pintado. Que luego resulta que no es tan nimio. Como aquel perro emergiendo de la arena en la que tanta gente ve acaso más de lo que hay, pero que transmite lo que el espectador de la pintura desee percibir. Porque Goya nos involucra a todos. Y está por encima de toda la gente que se cree triunfadora y en días de gloria o a punto de alcanzarlos, y no son más que mediocres personajes en busca de satisfacciones personales y probablemente sumamente interesadas. Figurantes de la obra en escena.



Fuga del minino

 


Admito que nunca he sido un entusiasta de los gatos. Cuando los he tenido cerca en casa de algún amigo me he puesto en guardia. Nunca he sabido si me buscaban para tratar de ser amistoso o para incordiar. En este sentido me han resultado siempre difíciles de descifrar sus intenciones. Si es problema mío lo ignoro, y me da igual. A estas alturas no les voy a acoger para cubrir soledades o sentir relajación como dicen otros humanos que buscan en ellos a través de su compañía. Aunque nunca se sabe. Mi relación con los mininos es distante pero admirativa por mi parte. Y de juego, ya digo que a distancia, porque si hay algo que me asombra, aparte de sus agilidades, es su aparente curiosidad. 

Como hay días en que un micifuz se sube a la poyata de la ventana en cuanto levanto la persiana no puedo evitar el juego con él. Nos buscamos mutuamente, yo me muevo, él se mueve, yo me agito en vertical, él se eleva siguiendo un movimiento que para él tiene que ser bastante opaco. En fin, yo le espanto de pronto, él sale disparado, pero en cuanto rebajo mi ímpetu él se detiene, me mira, me retraigo, percibe que no estoy -yo me he escondido- y vuelve a intentar sentarse en el alféizar. Y sigue escudriñando un interior que no logra percibir, pero que intuye digno de interés, supongo que gatuno.

La curiosidad como prospección. ¿Que el gato nos da lecciones de curiosidad a los humanos? Lo dudo, porque mira que no somos en ese sentido felinos y con más éxito, sin duda. Pero, ea, cada uno en su mundo y a lo suyo.



Fuga de Bernardo Soares, según Pessoa

 


La última vez que estuve con Bernardo Soares fue en la terraza de su café. Era octubre pero hacía una temperatura amable y equilibrada que solo Lisboa puede proporcionar en esas fechas. Para mayor suerte  los días eran de una claridad transoceánica. El estuario sabe a mar me decía. La mirada llega al otro continente, aventuré a mi acompañante un día desde la elevación de Santa Catarina. 

Pero mis charlas más sustanciosas eran con Bernardo disfrazado de Fernando. En realidad eran confesiones desasosegantes, para él, pero que me transmitía a mí. Me llamó la atención en especial esta: "Todo se me evapora. Mi vida entera, mis recuerdos, mi imaginación y lo que ella contiene, mi personalidad, todo se me evapora. Continuamente siento que fui otro, que sentí como otro, que pensé como otro. Aquello a lo que asisto es un espectáculo con otro escenario. Y aquello a lo que asisto soy yo mismo".

No sé si le reconocí que me sucedía un poco lo mismo. Pero que las evaporaciones del otro que había sido abrían la puerta a un otro yo que no podía haber conocido antes. Y que me seguía interpretando mientras yo interpretaba mi papel. Bernardo me hizo siempre pensar. Las agudas palabras ajenas como revulsivo o incentivo.


Fuga de Niké

 


Si al entrar en el gran templo no hubiera contemplado más que a Niké me habría bastado. Tantos tesoros del profuso santuario podrían resumirse en la impetuosa alada que salía a mi paso.  

Me habían hablado de ella e incluso prevenido. Yo buscaba el territorio donde habitan y se manifiestan las otras deidades no tan conocidas pero no menos poderosas. Porque el inframundo no por estar oculto a los ojos de los mortales es un espacio pasivo. En él acontecen los grandes movimientos, ya conformen agitaciones terrestres o grandes tempestades marinas. En él se resguardan las riquezas que persiguen los humanos pero también se consolidan las grandes influencias magnéticas que acompasan los giros del planeta. Allá se agitan las pasiones más temerosas y las capacidades más entregadas y generosas de la condición humana.

Niké me hizo temblar. La fuerza de su volumen se acrecentaba con el empuje de sus formas. Tal como me habían avisado, pero yo no había alcanzado a imaginar. Era lo que representaba. Llegaba desde atrás de la historia y partía hacia un destino que el espectador no alcanzaba a comprender. No en vano la llaman Niké. No se reserva para premiar a los corredores maratonianos desesperados por comunicar el éxito de una causa de guerra. Pero sabe identificarse con la soledad del corredor de fondo de una suerte de paz. Un consuelo.



Fuga del angelus vetustus

 


En las imágenes de la Contrarreforma trentina los ángeles son representados como niños o mozalbetes que se permiten ciertas desnudeces, porque de ellos es el reino de la inocencia. Ilustran columnas salomónicas, peanas de santos, hornacinas con advocaciones de vírgenes, escalando hasta el infinito las medidas que dé de sí ese escenario espectacular que es un retablo de altar.

Estos angelicales seres que se pretenden asexuados tienen siempre características masculinas, tal vez porque a la mujer común nunca se la tuvo en la heredada Ley de Moisés como digna de representar y ser representada. Hasta los ángeles llegaba el mensaje del poder, y así los ángeles encarnaban un paso tímido pero revoltoso de ese poder masculino. Que uno sepa no hay ángelas o si las hay están encubiertas y transexuadas.

Los ángeles del Barroco son seres que no paran. No se sabe si suben o bajan, si sostienen o derriban, si elevan algo o a alguien o bien caen, si habitan un mundo neutral o son tentados por inframundos. Habitantes de nubes inaccesibles en aquel tiempo para los humanos en ocasiones se diría de ellos que nadan entre oleajes tempestuosos. Con tal profusión de ángeles buenos y bellos, ¿se pretendía exorcizar una tentadora rebelión con esas almas que están y no están, que ríen pero no disfrutan, que se inquietan pero no aportan estabilidad teológica?

Nunca hubiera imaginado que las figuras de estos efebos del cristianismo me hicieran pensar en la nebulosa corte de la teocracia humana. Porque a ella sirven como servidumbre o como excusa.


Fuga del voceador de prensa

 

El último voceador de prensa que conocí fue en el París de los 70. Demandez Liberation!, canturreaba por Quai Saint-Michel el convencido partidario de un diario cooperativista en aquel tiempo. Yo se lo compraba no solo porque el periódico me parecía modesto pero rompedor, sino porque era aferrarse uno a una iniciativa de mercado que ya había desaparecido prácticamente. Y que merecía ser reconocida.

Probablemente haya aún voceadores de prensa en algunos países. El mundo es grande y aunque se imponen los medios digitales el papel lucha por la supervivencia, no sé hasta cuándo aguantará. Dicen que los antiguos voceadores, donde el niño o el joven era protagonista, te cantaba los titulares del día o al menos el más sensacionalista. Supongo que sería todo un arte anunciar un suceso o un acontecimiento importante, y más arte elevar de categoría una noticia menor y cautivar por un instante al peatón.

Así que no puedo por menos que tener un punto de flaqueza por el niño de cartón piedra que pretende inmortalizar un oficio y a un menor que no tenía más remedio que ganarse la vida -siquiera un cacho de esta- pregonando el diario de turno. Otros trabajaban de limpiabotas o en las minas. Occidente parece haberlo olvidado.

 

 

Fuga del valeroso soldado del roscón de Reyes

 


En las tierras del Norte, que yo sepa, antiguamente ponían dentro del roscón de Reyes una haba. Ya se sabe la tradición: aquello de quien se topara con la haba pagaría la pieza dulce. La sofisticación posterior ha llevado a incluir figuras en miniatura representando personajes tópicos u objetos. Lo que no me esperaba era encontrarme hoy dentro del pastel al valeroso soldado Svejk, que aquel irónico autor checo, Jaroslav Hasek, se inventara para parodiar con sus aventuras de guerra justamente a eso: a las guerras, a las burocracias, a los ejércitos, a los mandamases, a la gente bobalicona y dócil.

Ojalá llegase el espíritu del valeroso soldado Svejk al mundo revuelto de nuestros días. Que no solo es el de los conflictos exteriores en vigor, cada vez más peligrosos e incendiarios, sino las formas alocadas de un carpe diem consumista y una pérdida del norte de la convivencia y de las necesidades a satisfacer. Seguramente nuestro valiente soldado forzoso se reiría de nosotros de conocer las ansiedades que nos devoran.

Me quedo mirándolo y descubro una sonrisa burlona, untada de nata.


Fuga del almanaque

 


Mientras las gentes dicen de celebrar unas fiestas y desean con expresiones buenistas, uno simplemente recuerda. Tiempos de rituales. ¿Cuándo no lo fueron? Pero los de ahora, ¿son más sinceros que los de otras épocas? ¿Acaso análogos en sus convencionalismos? Da igual, uno se abriga en recuerdos y se extravía un poco en perseguir significados de las formas de vida que había tras la liturgia de los días.

Por supuesto, ya existía entonces un marco de consumo de baja intensidad pero más sometido al aspecto familiar e incluso (o sobre todo) religioso. Para un niño cada faceta de estos días  -vacaciones escolares, puesta del nacimiento, turrones, la perspectiva de los Reyes- era complementaria entre sí. Pero había un elemento impreso que desde el primer día se mantenía no solo como una aportación más sino como  un integrante familiar. El Almanaque del TBO, que centraba en sus páginas características propias de las fechas, incorporando el recortable de un belén que al niño poco mañoso le provocaba harto esfuerzo pero le generaba hasta cierto punto dosis de paciencia. La ilusión justificaba la tarea.

El niño de ayer piensa hoy en cómo le marcó TBO. Y todos los tebeos, verdadera fuente de enseñanza y de introducción a lecturas más severas, que conducían al chico a planetas imaginarios y compensadores de las obligaciones cotidianas.


 

Fuga de la niebla

 


La niebla sugiere un boceto. Es un boceto falso porque el cuadro ya está predeterminado. Pero mientras dura el fenómeno, ¿no da la impresión de que todo estuviera por hacer? 

Uno contempla el paisaje semioculto, o escondido del todo, y trata de recomponer las figuras. Aquí un árbol, allí una casa, más allá un muelle, o esto que se prolonga por el horizonte hasta desaparecer y que es un río, y más árboles, y se supone que el cielo, pero no se sabe con seguridad porque cielo y niebla se imponen. Niebla y cielo se acercan a los ojos humanos y todo se vuelve incierto. ¿Y si morir fuera algo semejante? ¿Y si ir yéndonos a la nada se tratase de un episodio de niebla tras el cual ya no estamos? ¿Y si la vida hubiera resultado ser niebla de la que emergíamos cada día sin saber con certeza qué claridad tuvimos y qué obscuridad nos fundió?

La niebla, algo así nos configura como bocetos que nunca acabamos de plasmarnos en la obra definitiva. Tal  vez porque no hay obra definitiva, solo pinceladas y tantas veces a voleo.



Fuga del brindis al placer

 


De pronto mi mirada recorriendo el cuadro picassiano. Una reproducción que me resulta paradigmática y que no todos los que me visitan saber apreciar. Hoy se me ocurre nombrarlo como el ofrecimiento del placer. 

¿Qué entender por placer? Algo extenso, me respondo. Hay en la imagen dos representaciones de seres. Cada una complementa a la otra. Ambos son sensitivos y racionales, porque los sentidos y la racionalidad son aliados. La copa es el ejercicio y la virtud de la vida. Se la ofrecen mutuamente. 

¿Qué más se ofrecen y qué más se dan estos individuos? Se dan pensamiento y diálogo: la mujer escucha, minotauro escucha. Se dan expectativa: ambos esperan con tranquilidad tomar las facetas de la vida. No se permite la ansiedad, parece decir él. No se acepta la imposición, piensa ella. Se da la voluptuosidad: la complacencia sensual no reside en las formas, sino en el desarrollo interior, que se comparte. El frágil en apariencia puede ser tan apasionado como el vigoroso que se exhibe. Se dan intercambio de emociones. Con la palabra, con el silencio, con la mirada, con la risa, simplemente con la fecunda dilación. Se dan en las apuestas que emergen de lo profundo: anhelos, deseos, ensoñaciones, fantasías, simulaciones.

Minotauro nos mira y nos conduce al brindis. La mujer le observa pero no es pasiva. Ella va a ratificar o corregir cualquier desvío. Ambos nos invitan al placer y al disfrute de existir y de procurar. Existir es inercia, con todas sus manifestaciones (otros le llaman lucha por la vida) Procurar es el esfuerzo humano y su tendencia al placer. El placer es también: actitud ética, bondad, generosidad, compasión, entrega, claridad en pensamiento, capacidad de modificar comportamientos.

¿Quién puede pretender reducir el placer cuando tantas conductas de la vida amplían su hondura y su capacidad de satisfacción? Eso sí: nunca se debe olvidar lo efímero y circunstancial que puede ser. Para no ser víctimas de una autohumillación innecesaria.



Fuga de la belleza sin edad

 



Suena a tópico, pero lo veo así. La belleza no tiene edad. Es cambiante, simplemente. Pero lo interesante reside en que en cualquier tiempo es digna y también deslumbrante. 

El árbol nos habla. Aun de esta guisa, nos dice: soy acogedor. Nuestra mirada le devuelve admiración y, sobre todo, gratitud.

Ya sé, sigue diciendo, que soy metáfora para vosotros los humanos. La decadencia y la decrepitud os brindan la imagen oportuna de lo que vosotros nombráis ancianidad. Ved pues, si me consideráis bello, que también vuestra vejez puede ser hermosa.



Fuga de la algarada

 


Encuentro una fotografía en blanco y negro que habla de un tiempo gris. No me fijo tanto en lo que representa -una algarada minúscula en la calle contra un régimen político abyecto- como en las formas. Cómo visten los que protestan, la ubicación de los comercios y edificios de la calle, muchos de ellos desaparecidos, el comportamiento nervioso de los manifestantes, que miran para todas partes mientras se desplazan entre gritos, en guardia por la probable llegada de los cascos y las porras. Cincuenta años más o menos nos contemplan, dirá el superviviente que observa la imagen. 

Con frecuencia me pregunto ante este tipo de fotografías cuántos de los presentes en aquella concentración, o en otras, estarán aún vivos. Luego cuántos mantendrán, si no una llama, sí al menos un rescoldo de aquella rebeldía. Después, cuántos habrán evolucionado hacia un extremo opuesto a los valores de la expresión de entonces y cuántos simplemente habrán entrado en una especie de neutralidad que la edad exige para no sentirse frustrados.

Actuaciones como estas eran denominadas alteraciones del orden público. Una paradoja, porque precisamente el orden público se basaba, desde hacía décadas, en un origen espurio, injusto y violento. Por una alteración de ese calibre muchos conocieron la interrupción temporal de sus vidas, en manos de un Estado inicuo.

Pero hoy me quedo solo con las formas, ya digo. Los pantalones más o menos acampanados, las trencas estudiantiles, los jerseis de cuello alto, algunas cazadoras humildes, la mayor presencia masculina, los edificios ajados, los utilitarios modestos de la época, el valor de algunas mujeres que rompían los esquemas de la pata quebrada y en casa...Al final, uno se queda con el ejercicio de memoria.

Vade retro, satánica nostalgia, dice una voz interior. Nostalgia, ¿de qué? ¿De un tiempo que solo tenía de mejor que éramos jóvenes y osados?



Fuga de la lejana fecha de un resistente

 


¿Cuántos años hubiera cumplido hoy? Lejana fecha que se acerca como bumerán. ¿Cuántos años tiene que cumplir un  hombre para ratificarse como hombre? Él se ratificó hasta en su estertor apacible, sin molestar a nadie. 

Había sido el hombre de la continua adaptación. En este sentido, ¿acaso él era diferente a la inmensa mayoría? Pastor, soldado forzado en una guerra, combatiente herido, trabajador el resto de su vida. Pero también base de familia. No de una, de varias. Los tiempos de posguerra fueron extremadamente crueles para los vencidos, difíciles y miserables para muchos de los vencedores. ¿Se descubrió a sí mismo en la dificultad? ¿Se consolidó en su filosofía del esfuerzo y del sacrificio para protección de los propios? ¿Creció en aquel tiempo su mentalidad de que primero la seguridad de los suyos y luego nada más? Nada más que mantener un equilibrio. Pero esto, ¿es poco? ¿O es todo? 

Mantener un equilibrio: obsesión de un resistente. Tras la larga madurez su envejecimiento digno. Los males que le aquejaron y a los que pudo domeñar. El padecimiento por el proceso neurológico degenerativo de su mujer. El sufrimiento por el hijo que se le había torcido. ¿Su victoria? Sobrevivir en cualquier circunstancia a las dificultades. Sortear el fin hasta edad muy avanzada. Y en su instante irreversible dejarse llevar  por la parca sin alharacas.

La vida premia a los resistentes. Pero ¿cuándo se sabe que se es resistente auténtico? ¿Tal vez cuando uno tiene conciencia de haberse sobrepuesto a las adversidades, de haber digerido la vida, de haber asimilado la experiencia? Tal vez.  


 


Fuga de la devastación

 



Durante el último año he seguido desde mi ventana la construcción de un edificio próximo. La aparente lentitud con que se ejecuta una obra oculta la precisión y el trabajo sin pausa. El mirón de paso, que no el observador, suele criticar el proceso. Parece la obra de El Escorial, es el tópico al uso de quien no construye habitualmente su mente con solidez de materiales ni con la inteligencia del conocimiento adecuado. De quien no aprecia la compleja y exquisita labor humana de levantar un edificio.

Durante las últimas semanas he observado con un detalle que me removía las tripas las imágenes que llegan de ciudades devastadas en la franja de Gaza. Calles enteras cuyos edificios se han venido abajo por la acción de la artillería y la aviación israelíes. Amontonamiento de escombros. Sepulturas repentinas de cientos de habitantes. Procesos largos de trabajo desaparecidos no solo del mapa sino tal vez de la memoria. Propiedades que probablemente han borrado hasta sus registros. 

La antítesis de alzar es derribar. La mano implacable de un Estado invasor, Israel, me recuerda aquellas imágenes de ciudades devastadas por aliados o nazis durante la terrible Segunda Guerra Mundial. ¿No se ha hablado siempre de Yahvé como el gran demiurgo? Ah, ¿qué no era su misión solamente levantar moradas para los suyos sino también aniquilar al enemigo, según las Escrituras? Acabemos. No sé si todo estaba escrito en aquella cultura judaica de Oriente Próximo, pero quien registrara como sagrados los textos de tradición oral parecía disponer de una gran dosis de premonición. ¿Seguirá Dios manteniendo sus fieles aliados? ¿Seguirá siendo el omnipotente y terrible creador que cuando le conviene salva a los suyos y condena a los otros a las tinieblas exteriores?

Miro de nuevo el edificio cercano a punto de ser terminado. Contemplo fotografías de la destrucción militar en Gaza. Tengo pensamientos claros y a la vez oscuros.




Fuga de la mano de Man Ray


 
Una imagen que es todo un texto. O muchos textos. Mantengo en mi mente la fascinación de aquella fotografía de Man Ray. ¿Cuántas manos conoció el artista? ¿Cuántas el amigo? ¿Cuántas el amante? ¿Cuántas el obrero? ¿Cuántas el aprendiz? ¿Cuántas el escolar? ¿Cuántas el recién nacido? Regresión y recuento de las manos que nos han rozado alguna vez. 

Ejercicio del día: echar un vistazo atrás en tu vida. La vida es una imposición variada de manos. Nadie tiene mayor derecho de propiedad que nadie para exponer sus manos hacia nosotros. Las manos que se ofrecen difieren por bondad de aquellas que se imponen por fuerza. A algunas se les acepta su especial carisma.

Un aleatorio y rápido repaso nos habla de manos que nos acogieron, que nos pusieron de pie, que nos enseñaron a comer y a escribir, que nos pusieron la ropa y nos abrocharon los botones, que nos pagaron los estudios, que concinaron para nosotros, que trabajaron duramente para sacarnos adelante, que nos acariciaron con diversas manifestaciones de afecto, que nos abofetearon alguna vez también, que nos abrazaron, que secaron nuestras lágrimas...Y también hubo manos que se abstuvieron de tocarnos. O manos que apenas se fundieron un instante, en un indeciso querer y no querer, o no dar el paso, y que se separaron -separaron a dos- para siempre.

¿Qué dejó más huella? ¿Las manos que tuvimos al alcance o las que no logramos retener?



Fuga del paisaje sabroso


 

Hay paisajes de larga distancia y paisajes de proximidad. Un paisaje no tiene por qué ser solo el ámbito que percibimos con perspectiva amplia y extensa. Puede ser el que tenemos ante nosotros cada mañana. Los ojos comen tanto como nuestro paladar. Podría decirse que este suele ser conducido por la mirada, sin desdeñar ese otro gran medidor llamado olfato. 

Sin un paisaje sabroso que satisfaga al apetito no es posible contemplar con esperanza y gratitud el día que comienza. Hay quien pone la radio o lee la prensa o se enreda en los whatsapp mientras el alimento es rutina o se obvia. La primera información de la mañana deben tenerla el estómago y los intestinos. Uno tiene mejor disposición hacia las cuitas y los sinsabores que estén por llegar en el transcurso de las horas. Yo diría que incluso predispone a una más ecuánime percepción de la realidad y fomenta la bonhomía colaborativa.

Me dispongo a dar fe de ello con un pan de cantero del día anterior bien pringado de tomate y aceite y un jamón exquisito. Estas son algunas de mis banderas.



Fuga del pajarito

 



El pajarito siempre estuvo allí. Con nenes delante o con pareja de novios o con soldadito solo o con chachas de las familias bien. Cerca del barquillero o del barquero, el fotógrafo eternizaba lo pasajero. Señas de identidad humana del parque. Tríada de ilusionistas. Complementarios de los árboles de distintas especies, de los rincones acogedores, del lago y sus patos y peces. 

Siempre me llamó la atención el término eternizar o inmortalizar. ¿Hasta qué punto se eterniza aquello que puede durar más o menos pero que es efímero? ¿Qué eternidad o inmortalidad habita en una instantánea tomada por el fotógrafo? Sin duda la eternidad del recuerdo. Que también es pasajera. La inmortalidad de una constancia testimonial para las nuevas generaciones que jamás o poco conocieron a sus antecesores. 

Pero gracias a las fotografías uno activa sus emociones, que no solo sus recuerdos o la reconstrución imaginaria de un pasado que no conoció o bien olvidó en tantos detalles. Me parece formidable que el fotógrafo tenga su escultura en un parque poblado de recuerdos desde hace casi siglo y medio. Hay días en que me refugio en él. Una verdadera fuga. Pero es que esta clase de fugas te permiten seguir descubriendo. Es decir, percibir lo nuevo. ¿Cómo podría decir que lo tengo todo visto en un parque que cada vez que lo recorro me hace guiños y sugerencias desconocidas?


 


Fuga de los membrillos

 


Tiempo de membrillos. O cuando una simple mirada sobre ellos me trae otro tiempo que ahora me parece más ligero. ¿Lo era? Tal vez lo que resultaba más leve y superficial era la mirada sobre los acontecimientos. Porque el niño que observaba, ávido y curioso, percibía lo aparente sin conocer lo que había detrás.

Vivía en el perímetro de una fábrica de dulce y obrador de pastelería. Bajo su balcón era la temporada de descargar camiones cuya caja rebosaba de membrillos. ¿Cuántos habrá? Pregunta ingenua a la madre que se asomaba con él a presenciar la esforzada labor de descarga. Una cuadrilla de jornaleros provistos de sarde y canastos que iban vaciando el remolque, entre pitillo y pitillo. En algunas paradas los hombres charlaban con la madre pero el niño no recuerda qué dirían. Sería convencional. Él, a lo suyo, a contar un membrillo tras otro hasta perderse enseguida en el recuento. A no privarse de movimiento alguno desde el principio al fin de la tarea. ¿Sería así como descubrió que todo lo que comienza también termina? Seguramente no, pero era tan visual el ejemplo...

Aquella criatura que ya peina canas se deja tentar ahora por la luminosidad del membrillo. Porque esta fruta no es meramente amarilla, es sobre todo luz. Luz que como un faro se mueve en la misma dirección hacia otros tiempos y excesivos espacios. Se le antoja que hay un gesto simbólico, algo prometeico, en la fotografía. Es la posesión en sus manos de la luz. Y ahora sabe que la luz siempre es prestada. Que él no estará y la luz permanecerá para que cualquiera intente atraparla. Porque la luz, no importa si es un resquicio o un haz más poderoso, existe para posesión de los habitantes de la tierra.



 

Fuga de los elementos

 


Cuando paso por delante de la obra de Chillida me viene a la mente aquello de los cuatro elementos que ya los filósofos griegos clásicos fueron designando. Había que otorgar sustantivos y conceptos -¿qué fue primero?- a cuanto iban comprobando las antiguas culturas. Pienso entonces que los hombres, milenios antes, ya venían experimentando la transformación de los elementos físicos, les interesara o no su proyección filosófica o su nomenclatura. 

Cierto que en el caso de esta obra, basada y abstraída a partir de unos versos de Jorge Guillén en Cántico, parece imperar solo uno de los elementos: lo profundo es el aire, recogió el escultor del poeta. Pero ¿acaso no se funden los demás elementos con el aire? ¿No hay fuego tras el metal? ¿No hay agua bajo el suelo o en el crecimiento del árbol? ¿No hay tierra como sujeción o en esa pantalla de piedra donde resalta la obra?

En definitiva, ¿hay algo en la materia física que no se deba a lo otro?

O el hombre mismo, donde los elementos más primigenios se mezclan aleatorios y de forma contradictoria, como ya designaba Empédocles o más tarde aplicaba Hiopócrates a su observación del cuerpo humano.

Pasar junto a los cuatro elementos resumidos en uno. Parada y observación. Mirada y sentimiento. Comprensión y latido. Me priva esta obra de Eduardo Chillida. Tan elemental. En su complejidad.


 

Fuga del crimen del profesor


Cuando un profesor o un maestro o un escritor es asesinado no muere un individuo únicamente. Ni solo un ciudadano, un compañero o un amigo. Muere un poco el pensamiento. El derecho a aprender. La necesidad de construir siempre una sociedad más libre y más ilustrada. Muere un poco más la cultura. Hay que oponerse cada día al canibalismo con la cultura, que tiene muchas formas, algunas muy refinadas. Unas veces procedentes desde instancias del Estado, otras desde grupos sociales o políticos retrógrados, a veces de mano de un mero individuo trastornado por el fanatismo. 

(En memoria de Dominique Bernard, profesor en Arras, Francia, asesinado el 13 de octubre por un fundamentalista islámico)




Fuga de la mala reputación

 



Amanece al día tarareando unos versos del poema cantado por Brassens. Le parece la mejor terapia ante la estupidez. Y por un día, ¿por qué no soñar en que se vive fuera del rebaño? Peligro: canturrearla implica acordarte de Alfredo (rip), por ejemplo, que ponía el mismo tono que el francés y al que divertía enormemente el mensaje de la canción. Y acobardarse ante las botellas de coñac que hirieron algunos hígados por aquel entonces. Ah, el entonces. Pero el hoy, vistos ciertos rituales y comportamientos nefastos, ¿no está aún cargado de demasiado entonces?

  



Fuga de la hogaza


 

Contemplar la hogaza y abstraernos. No importa si su forma no ha salido perfecta -supongo que por las prisas de la cocción que es tanto como decir del suministro- pero aún resulta más atractiva su redondez. Tiene canteros grandes, medianos y chiquitos. Es cuerpo. Oh, no caigamos en la trampa de cierta mística y determinado simbolismo. O en todo caso su símbolo reside en recordar su valor. En que, no solo este pan, sino todos los panes, son una obra maestra de largo origen. De contundente nutrición. De imprescindible complemento. Es Arte.

Pero detrás de esta imagen efímera se halla la memoria personal. El buen hacer de aquellas tahonas tan artesanas de mi niñez. El olor intenso al sacar del horno de barro con la pala larga las piezas cocidas. Su caída en cestos de mimbre para la salida al reparto. La llegada a la taberna de la venta. Y luego el sacramento que lo consagra: untarlo en las yemas de huevo, acompañar la chistorra, saborear las magras de jamón, rebañar el abundante tomate frito. Unción final: un buen trago de aquel tinto peleón. 

Mi padre decía: con este pan todo sabe a teta. Conocimiento de causa, sin duda.



 

Fuga del niño al que llevaban de paseo

 


Paseo por una plaza principal en una tarde de verano tardío. Cuando las calles eran prácticamente peatonales. Hay naturalidad en los paseantes. Hay elegancia en todos ellos, sobre todo en la mujer madura. Tiene también un porte medido y no descuida el movimiento de sus pasos. En la imagen no se advierte la cuidada cosmética que se aplicaba y que probablemente le haría más deseable. La adolescente va contenta y segura del brazo de su tía. Al niño se le lleva de la mano, no se sabe bien si como un gesto de protección habitual de la madre o porque él acostumbra a ir a su bola y no es difícil que se despiste. De todos modos no era frecuente despistarse en una ciudad que entonces se veía más apacible y la gente no se desplazaba con urgencias.

El centro de la plaza era una amplia isleta con una escultura de un escritor importante que el niño aún desconocía. Para llegar a ella se atravesaba una confluencia de calles donde dominaba el adoquinado. Probablemente aquel pavimento haya quedado soterrado por el actual asfalto. Pero bajo los adoquines seguramente no cabe esperar que haya playa, como sugería un lema que muchos años después al niño ya crecido le haría mucha gracia. En todo caso lo que sí hay es un terreno con capas freáticas a poca profundidad y la huella de un río cuyo curso fue desviado o, más bien, traicionado por la mano humana.

Lo más destacable de la fotografía es la mueca del niño. No es que lo hiciera a propósito al posar ante el fotógrafo, sino que era baste usual en él ejercitar movimientos diversos. De boca, de manos, de ojos. No  sabía entonces por qué ni lo supo nunca después, incluso cuando ya había superado la etapa de las muecas. Probablemente por algún mecanismo recóndito de autodefensa. O de exhibición nerviosa. O de placer incontenible que traducía las pequeñas pruebas de conocimiento del cuerpo que el hombre va ejercitando a medida que crece. Había tanta personalidad oculta dentro de aquel niño. Si se contemplara de mayor se sorprendería de ir vestido como un lienzo, tan blanco, tan impoluto. Si hoy se observase con detalle añoraría la pulcritud, efecto de aquel cuidado maternal. Tal vez reflejo de un corazón todavía tan puro. 

¿A dónde se dirigían? Iban de paseo. Un paseo no llevaba a ninguna parte porque el fin en sí mismo era pasear. Pero por la cercanía del lugar cabe imaginar que al niño le esperaba un barquillero. O el puesto de helados. Se lo habrían prometido. Y el crío, risueño y ufano, solo pensaba entonces en el inmediato y gozoso aliciente. Las ideas revueltas llegarían mucho después.



Fuga de un viaje de ida




No hay joyas más preciadas que los mejores recuerdos. Ni objetos con mejor utilización que los que se adosan a las páginas que nos narran otras vidas. Ni vidas menos desperdiciadas que aquellas que vivimos con inquietud y tiempo efímero, pero intensamente. Ni intensidad que dispute tanto al dolor y la pérdida como la pasión. Ni pasión más provechosa y honda que la que nos convierte en otros hombres. Tal vez por eso merece la pena guardar no solo la memoria de nuestro pasado sino esos objetos médium que, en cualquier momento, cuando los sacamos de un estuche o de un libro inhalan aromas inagotables.


Fuga de aquellos cines




La ciudad se quedó sin los viejos cines, y al paso que vamos no sé cómo van a ir los nuevos. Yo recorría todos los cines de barrio, porque en ellos ponían dos películas, sesión continua y precio asequible. Ah, y filmes tolerados por la censura moral y calificados por la autoridad eclesiástica con el apelativo de "para todos los públicos".

Entonces nada molestaba aunque un cine estaba cargado de molestias: la gente llegaba a todas horas, las butacas de madera eran incómodas y ruidosas, se hablaba mucho mientras se veía una película, se desenvolvían los bocadillos e incluso había gente que fumaba, se comían pipas con aquel ruido infernal de ser cascadas entre los dientes, se producían una serie de cortes en la proyección con el consiguiente pitido o pataleo por los asistentes...Pero al niño nada le incomodaba, bueno sí, un poco que delante hubiera un tipo de envergadura superior a la suya que no le dejara ver bien. Pero por regla general en las sesiones a las que asistía casi todos éramos niños o jóvenes de altura y contextura de menos envergadura que ahora.

Si me pongo a recordar aún me vienen títulos de películas que pusieron en el cine de la foto. Incluso quién venía conmigo, e incluso la clase de chuches de aquella época, vamos los regalices, los chicles y las temerosas pipas de girasol que he citado, material bélico todo él con que acompáñabamos la tensión o el tedio de un film, que de todo había.  

Y los cines de barrio, y no solo de barrio, fueron haciendo mutis por el foro, para mayor gloria de la especulación inmobiliaria.




Fuga del sayón




Qué poca cosa es un sayón. Este tiene cara de circunstancias, como si le hubiera tocado en suerte ser forzado al oficio. Hay otros de su cuadrilla con cara de rencor, gesto de violencia, mueca de ferocidad, signos de comportamiento abyecto. 

En los pasos de la Pasión de Cristo que esculpió el Barroco castellano los sayones aparecen ejecutando su labor de torturadores, encargados de llevar hasta las últimas al supuesto salvador de los judíos. En un paso completo se puede comprobar su misión, a ojos de mentalidad de la Contrarreforma católica. Pero cuando desarman uno de esos conjuntos escultóricos para su rehabilitación, figura a figura, qué solos se encuentran los verdugos. No son nada.

Naturalmente, si se hubieran expuesto siempre así, individualizados, sin las cuerdas que sueltan de la cruz, sin el sujeto al que van a ejecutar, no habrían cumplido la función para la que estaban destinados en el teatro del Barroco.






El niño y las estatuas




Hubo una vez un tiempo en que el niño dialogaba con las estatuas.

Lo hacía a escondidas. Preguntaba a aquellas vestales y estas le devolvían la sonrisa que garantizaba su inocencia y que no quisieran perder nunca. Tampoco querían perder la curiosidad, como el niño.

De lo que hablasen las estatuas y el pequeño nada se ha sabido. Tal vez él decida algún día, aunque sea muy viejo, contarlo. Pero, ¿acaso podrá revelar los secretos que intercambiaron en sus confidencias? 

Y además, ¿quién comprenderá la complicidad de un niño con otros mundos?


Fuga del hombre al agua




Al encontrar esta fotografía de mi último viaje a Oporto recuerdo y pienso. Como una lección mamada ya en la infancia los chicos aquellos practicaban un arte de tirarse desde el puente. Arte, porque había control, desafiaban a la naturaleza -la estática y la dinámica- y habían desarrollado la habilidad, esto es, un ingrediente fundamental del arte, si no el arte mismo. 

De acuerdo, se trataba de exhibición, eso por una parte. Pero era también, o acaso sobre todo, un pulso con su voluntad y una competencia sana entre unos jóvenes y otros. Observo ahora la colocación de sus brazos, las palmas como si fueran palas de remo, el estiramiento total de su verticalidad y me asombro. ¿Asombrarme de la capacidad técnica que un cuerpo humano puede desarrollar? No es para menos, aunque el resultado sea un simple juego. Un juego de iniciados, de conocedores de su potencialidad. Una muestra de destreza y confianza. ¿Llevarán a cabo estos hombrecitos las mismas características a todas sus facetas de la vida cuando vayan haciéndose mayores? ¿Harán de su vida Arte? ¿O siquiera prudencia, claridad, desafío?

Los calcetines en los pies sigue siendo para mí un enigma.


Fuga del torso de la diosa




Una vez presencié cómo extraían del subsuelo el torso de una diosa. 

Era tan vívida la escultura que a los arqueólogos les pareció que más bien salía del taller y no de la tierra.

Al ponerla de pie, se dieron cuenta de que allá abajo había quedado fosilizada la marca de su contorno. Lo que la ha acogido durante tantos siglos ha sido una cuna, no una tumba, dijeron perplejos.

Nadie daba crédito a aquella preservación de la belleza. Tiene tan tersa la piel, se oyó comentar. Pero nadie osó palpar el mármol albo. Todos permanecimos arrobados.

Presencia del saber en Don Quijote y Sancho Panza




Circula estos días una cita del Quijote muy oportuna:

"...Todas estas borrascas que nos suceden son señales de que presto ha de serenar el tiempo y han de sucedernos bien las cosas, porque no es posible que el mal ni el bien sean durables, y de aquí se sigue que, habiendo durado mucho el mal, el bien está ya cerca".

Quien la haya puesto en circulación la cita  -viene en el capítulo XVIII del Quijote-  y quienes la reproduzcan por las redes sociales tienen la mejor intención del mundo indudablemente. Lo primero que transmite es esperanza para unos tiempos inciertos y, puesto que Don Quijote y Sancho Panza no podían prever nuestro tiempo, y apenas lo lograban sobre el suyo, sí al menos extraían conclusiones empíricas. 

Hoy, los agoreros  -que los hay de toda clase, condición, oficio, partido y siniestralidad- no dejan de repetirnos que las desdichas abundan e incluso que las desgracias no vienen nunca solas, dejando a la tropa que se había acostumbrado a vivir en la bonanza en la incertidumbre más negra.

Pero más allá del saber que proporciona la experiencia  -la advertencia de Alonso Quijano a Sancho es un magnífico corolario- el autor Cervantes pone por delante otra frase que las redes sociales obvian y que me parece muy significativa:

"Sábete, Sancho, que no es un hombre más que otro, si no hace más que otro". 

Y esta es la parte racionalista que Cervantes pone en boca del loco cuerdo. La importancia del hacer y del valor que tienen las cosas que las personas hacen de manera constructiva. En estos días en que tantos humanos se esfuerzan por salir del atolladero y en que otros solo saben aportar palabras e informaciones de discordia, cuando no están negando apoyo, resulta muy oportuno y conciliador  -si se quiere ver así-  la lectura de Don Quijote de la Mancha. Aún sirve para aprender. Y mucho.





Fuga del laberinto de los libros




Tomas un libro del anaquel, dónde estaba, detrás de qué otro volumen se ocultaba, cuándo se había fugado de su sitio original, pero cuál era su sitio, y con aquel título qué cabía esperar del libro sino que no se quedara inmóvil, que buscara al lector de día y a la amada de la noche, y después de trastear en varios de sus capítulos, acaricias la superficie del papel para disculparte por el olvido, los dedos hojean y rozan las palabras, te va llegando un olor antiguo, como si el libro hubiera sido una casa cerrada, como si el mismo olor hablase, y piensas cuánta narrativa oculta, escrita entre líneas, hurtada incluso a la redacción final, no se hallará entre las páginas de todos los libros, como un juego de destinos inciertos, como una especie de reparación de cuantos libros se perdieron antes de nacer, de todos los que fueron maltratados hasta el exterminio, de cuantos por su vivacidad y alegría se consumieron en el fuego del odio y de la ignorancia, y sientes que las hojas te pillan los dedos y estos no encuentran la salida del camino, porque sabes de sobra que los libros están repletos de vericuetos y de direcciones que no sabes dónde te conducirán, y no deseas apartar tu tacto de los libros, y cuando el libro al final resbala de tus manos permaneces oliendo esos mismos dedos lujuriosos que se han impregnado de la misma sustancia que las flores muertas.



Fuga de la ira, entre Chantal Maillard y Michel de Montaigne




Revolviendo por internet encuentro una frase muy oportuna y certera de Chantal Maillard, pronunciada en un foro en Barcelona: "La ira no provoca cambios. Es mercenaria y no sirve sino a quienes más la excitan". 

Me ha gustado. La ira: ni santa, ni progresista, ni justa, ni revolucionaria. Por mucho que algunos hayan adjudicado tales calificativos a una pasión peligrosa. De la ira al odio solo hay un paso. Del odio a la venganza otro. Impulso que ciega al que se deja arrastrar por él. Que convierte en sufrimiento a aquel hacia quien se emite. El iracundo confunde tal manifestación con la justicia. Perpetra la justicia por su mano, que es la justicia menos justa, arriesgándose a cometer injusticia. Me pregunto cuánto de impotencia hay en el iracundo. De fragilidad emocional, de inconsistencia de raciocinio. La ira es mercenaria porque se pone siempre al servicio del mejor postor, sobre todo de aquellos individuos o aquella situación que se rigen o conducen por la violencia.




Con la ira no se puede conducir el mundo ni la conducta personal de un individuo siquiera. Lleva siempre al desastre, como Faetón y su carro. Mejor tener en consideración la opinión de Montaigne: "Cuando me enojo, lo hago con la máxima viveza, pero también con la máxima brevedad y el máximo secreto de que soy capaz. Me pierdo ciertamente en cuanto a rapidez y violencia, pero no en cuanto a turbación; no llego hasta el extremo de lanzar a mi antojo y sin discreción toda suerte de palabras injuriosas, y de no mirar de colocar de manera pertinente mis pullas allí donde considero que hieren más".



Fuga de Juana Inés




Tarde de deleite con la melodía de los sonetos.  Encuentro uno de Sor Juana Inés de la Cruz -antes Juana Inés de Asuaje y Ramírez-, la gran poeta de las Indias en el siglo XVII, que me resulta la mar de divertido, además de sabio. Se titula:

Resuelve la cuestión de cuál sea pesar más molesto 
en encontradas correspondencias: amar o aborrecer

Que no me quiera Fabio al verse amado
es dolor sin igual, en mi sentido;
mas que me quiera Silvio aborrecido
es menor mal, mas no menor enfado. 
   ¿Qué sufrimiento no estará cansado,
si siempre le resuenan al oído,
tras la vana arrogancia de un querido,
el cansado gemir de un desdeñado?
   Si de Silvio me cansa el rendimiento,
a Fabio canso con estar rendida:
si de éste busco el agradecimiento,
   a mí me busca el otro agradecida:
por activa y pasiva es mi tormento,
pues padezco en querer y ser querida.


No es solo lo que sabía y manifestaba Sor Juana Inés sobre los hombres y el amor. Es cómo lo envolvía en la arquitectura de unos versos que deja pequeñas muchas modernidades posteriores. Octavio Paz creía que Juana Inés de Asuaje y Ramírez se hizo monja para poder pensar. Y consecuentemente, se me ocurre, para escribir, que es la materialización del pensamiento. Porque sin duda que Sor Juana tenía extrema avidez de conocimiento. Luego, ¿no hablamos de algo de por sí sumamente placentero?



Clave de la escritura de Kenko Yoshida




Clave sincera de Kenko Yoshida en sus Tsurezuregusa: "En medio del ocio, en este océano de paz, paso los días inclinado sobre el tintero, tratando de recoger en el papel las descabelladas ocurrencia que cruzan por mi mente. Yo mismo me he quedado sorprendido de tantos desatinos". ¿Será el desacierto un punto de partida de la escritura? ¿O acaso el error o el despropósito o la barbaridad expresiva? ¿Podría considerarse la relajación de comportamientos y el apartamiento de quehaceres un estado adecuado para ahondar en una mina de pensamientos? ¿Se puede escribir más por intuición que por acumulación de conocimientos? ¿Es la ociosidad un puesto de observación no comprometido de los acontecimientos? Tantas preguntas surgen cuando lees al monje. Tituló su obra literaria como Ocurrencias de un ocioso, pero no es fácil saber si Yoshida se calificó de ocioso por modestia y estoicismo,  o fue una trata de estilo, para sorprender y predisponer al lector.

Cultura diferente, tiempo lejano, espacio geográfico distante no son motivos para no entender lo que comenta Yoshida. ¡Recuerda tanto a nuestros clásicos grecorromanos! Y a alguno más del acervo hispano. 




Ángela Figuera Aymerich y Belleza cruel




Nunca sabes por qué te pones a leer un texto. Cae un libro al azar, lo tomas de un estante, rescatándolo del olvido, que es tu olvido, vergonzante acaso de tu propia ingratitud. No se llevan hoy estas lecturas, te dices, al abrir las primeras páginas y fijar tu mente en aquel poema. 

"Dadme un espeso corazón de barro,
dadme unos ojos de diamante enjuto,
boca de amianto, congeladas venas,
duras espaldas que acaricie el aire.
Quiero dormir a gusto cada noche.
Quiero cantar a estilo de jilguero.
Quiero vivir y amar sin que me pese
este saber y oír y darme cuenta;
este mirar a diario de hito en hito
todo el revés atroz de la medalla".

Descubres, o memorizas, que este poema que da título al libro se llama Belleza cruel. Un título hermoso, ¿enrevesado? ¿Puede ser cruel la belleza? Puede serlo. Pueden serlo las circunstancias que se vivan y que a pesar de ellas se te ofrezca la belleza y no puedas disfrutarla libremente, suficientemente. Y entonces culpas a la belleza, por existir, porque culpar a la belleza también es reconocerla. Ángela Figuera Aymerich: qué libro de poemas tan duro pero tan hermoso nos ofreciste desde el silencio de aquel tiempo y de sus días. Qué país te tocó en suerte -en desdichada suerte para tantos- y cómo sorteaste la amargura escribiendo, con tiento, con tacto, con armonía, de cuanto les ocurría a las gentes. Admiro ahora, después de tantas caídas y alzadas,  las metáforas riquísimas que nos ofreces. Estas construyen y no son falsas. Ofrecen una actitud y no son traidoras. Alivian la tensión y nos salvan de perecer. ¿Tendremos que adoptar de nuevo estos versos como parte de un tratado de saber vivir?

Ángela, una mujer de otro tiempo, pero también de este tiempo, tus versos para nuestra compañía. Pues tal parece que los ciegos de estos días suspiran en su analfabetismo insensible por cuanto creímos fenecido.  



Fuga testamentaria de Marlen Haushofer




Leo que la escritora austríaca Marlen Haushofer, acuciada ya por el mal irreversible, dejó una especie de testamento literario (¿no es también un testamento vital, acaso más vital que uno ordinario?) donde decía (se decía a sí misma):

"No te preocupes. Has visto demasiado y demasiado poco, como todas las personas que existieron antes que tú. Has llorado demasiado, o quizá demasiado poco, como todas las personas que existieron antes que tú. Quizá has amado y odiado excesivamente, aunque ni durante muchos años (unos veinte, más o menos) Pero ¿qué significan veinte años? Después, una porción de tu ser estaba muerta, exactamente igual a como les sucede a todas las personas que han dejado de poder amar u odiar".

El estilo literario no es ni sucedáneo ni subsidiario del pensamiento propio. y menos cuando se ve venir el fin. Sus palabras son una síntesis, un guiño sin duda a la experiencia del vivir que sabe que se apaga. Hay dos cosas que me llaman la atención. Que la ausencia de uno mismo, el abandono -esas gentes que viven en nuestro entorno que no saben ni pueden. o una de las dos situaciones, ni odiar ni amar- es la consumación, la forma más terrible de alienación,  por muchos años que su naturaleza les permita vivir. Y otra perla de ese texto más allá de lo escéptico: la ratificación de la normalidad, la asunción de una vida siguiendo un orden hacia la nada, lo que les pasa ¿a todos? los vivientes: 

"No te preocupes, todo habrá sido en vano, como en el caso de todos los que existieron antes que tú. Una historia absolutamente normal".


Nota a pie de mi página: Recuperar la lectura de una escritora a medio descubrir, dura, sí, pero necesaria para fortalecernos. ¿Fortalecernos para comprender? ¿Comprender para hacernos más fuertes? No habrá sido vano intentarlo.

Crónica del inicio del día, con una paradoja de John Donne como apoyo anímico





Huele a lluvia, el olor como mensajero. Cuando se ponga a llover pensaré: he aquí la mensajera de la fecundidad. Menos con las alteraciones climáticas que conducen a catástrofe, por supuesto. Entonces aquel viejo refrán Agua del cielo no hace agujero quedará desvalorizado. ¿Habrá que ingeniar nuevos refranes, en tiempo de carencia de ellos, que se ajusten a lo que vamos viviendo? Nadie está por la labor, y aunque muchos refranes del pasado no son aplicables hoy, otros contienen verdades empíricas como puños. Pero el saber del pasado o ya ha fecundado todas las tierras o ha anegado las mentes humanas para siempre, no sé.

Leo con avidez, cada vez más relativa, la prensa que merece la pena, que siempre es la misma, de los digitales casi ninguno me gusta, en ellos falta profesionalidad y cancha de firmas con enjundia; pero es sabido que lo escrito es al gusto y entendederas de cada cual. Leo con el criterio partido, pues he decidido dividir el periódico en dos agrupaciones: noticias preocupantes, con todas sus secuelas y matices, por un lado, y noticias alentadoras, por otro. Así compenso, o lo intento, los sinsabores de una parte con los alicientes de la otra. De la agrupación preocupante, ya se sabe: políticas desquiciantes, enfrentamientos irracionales, guerras terribles, actitudes despreciativas de vendedores de humo, chulerías varias de líderes con pies de barro que sin el sueldo no serían nada, catástrofes de todo tipo. Configuran el lado que me dan ganas de llamar apocalíptico de las secciones del periódico. Del sector alentador destaco las informaciones sobre descubrimientos, investigaciones, avances científicos, valoraciones expresivas, sean de arte o de literatura, o simples noticias sobre comportamientos sencillos de cooperación, ayuda entre humanos, capacidades constructivas, vaya. Veremos lo que da hoy el periódico de sí.

Después siempre me queda el mecanismo de reír. ¿Por qué me río tanto últimamente? Tal vez porque es un sano mecanismo de autodefensa, acaso porque no quiero que la impotencia me corroa, que ya bastante me limita. Uno se tiene por un mísero hombre que apenas sabe dar respuestas a y de sí mismo, y mal. Y digo esto sin menospreciarme sino lo justo. Y sin tenerme por sabio (exultante y exaltada palabra que me pilla grande) El gran John Donne lo dice clarito: "Ride si sapis o puella ride (Ríe jovencita, si eres sabia, ríe); si eres sabio ríe. Puesto que los poderes de discurrir, de razonar, de reír son, todos ellos por igual, solo propios del hombre, ¿por qué el hombre sabio no ha de ser aquel que usa más la risa, de la misma manera que lo es el que emplea más la razón y el discurso?". Etcétera. Se puede encontrar en su obra Paradojas y devociones.





La vida consagrada a la belleza de la señora Krueger




En la película Vier Minuten (Cuatro minutos), la anciana señora Krueger, profesora de piano, recibe en su casa a su compañero funcionario de prisiones Mütze y su hija Clara. Esta, que lo mira todo, señala la fotografía de un hombre colgada en la pared -tal vez el maestro de la anciana, tal vez el pianista importante, no reconozco la imagen y no sé por qué sospecho que es de un personaje que existió- y tiene lugar este diálogo:

"- ¿Es su marido?, pregunta la niña. Y la anciana responde:

 - No tengo marido, cielo.

 - ¿Está muerto?

 - No, Clara. He consagrado mi vida a la belleza".

Síntesis. Vivir consagrada a una realización personal superior, elegida por ella. El proceso dialéctico del orden social aparece roto. Nada de tesis -no pudo realizar su tendencia afectiva propia- y como mucho esa antítesis de no ceder a convenciones sociales que no le pedía el cuerpo. Al menos es lo que uno intuye al ver el impactante film.



Reencuentro con Erich Fried, que estaba fugado



Encuentro un libro de hace cuarenta y un años que consideraba perdido. Perdido estaba, pero no para siempre. La poesía de Erich Fried me recuerda a la de Brecht, no sé bien por qué, y parte de los poemas de este libro sacan de mí el lado escéptico. Pero hay otros que me impactan, por ejemplo:

El oculto

Tengo que aprender a ocultarme
de mis perseguidores
y empeñado en ello
me acecha un doble peligro

Quizá no esté
suficientemente escondido
de ellos
pero demasiado ya de mí mismo


Y voy y me toca. Y me doy en pensarme. Sólo una conclusión, y una conclusión no quiere decir que se reduzca a una única visión: ¿seré siempre un individuo en fuga? (No deja de ser esta un modo de esconderse)

Por cierto, el libro estaba oculto, más que extraviado, como el autor en el poema.
 




Fuga de la delicadeza humana, recordando a Izet Sarajlic




Escucho el breve poema del bosnio Izet Sarajlic titulado La delicadeza humana:

"Delicadeza humana,
¿Dónde estás?
¿Tal vez 
solo en los libros?"

Me escucho a mí mismo: Y no sé si en todos los libros. De la vida ordinaria hace tiempo que se fugó. Y no es fácil hallar una pista de ella.



Fuga y no fuga de los dioses. Entre Michelet y Mayor.




Me salta a la vista, a la atención, una frase de Jules Michelet, un historiador francés del difícil siglo XIX.  "Los dioses son como los hombres: nacen y mueren sobre el pecho de una mujer". ¿Exaltación romántica? ¿Belleza literaria? ¿Acaso todos los caprichos que narra la mitología se nutrieron de unos pechos que les alimentó? Agudeza del historiador al proporcionar a los dioses un nacimiento y una muerte. Pienso en que la mujer -aquí sublimada- es la metáfora de la vida humana. Fuera de ella, de esa vida y esa reinvención continua tan humanas, ¿acaso tienen su lugar -espacio, tiempo, caprichos- los dioses? Astrofísico Michel Mayor, investigador de los exoplanetas, Premio Nobel de Física 2019: "La visión religiosa dice que Dios decidió que solo hubiese vida aquí, en la Tierra, y la creó. Los hechos científicos dicen que la vida es un proceso natural. Yo creo que la única respuesta es investigar y encontrar la respuesta, pero para mí no hay sitio para Dios en el universo". Creo que los griegos también lo tenían muy claro: crearon sus dioses para justificar las conductas de los hombres, no sé hasta qué punto para explicarlas.


Fuga de la libertad de Derrida




Frescura del pensamiento y del lenguaje de Jacques Derrida:


"...No es seguro que queramos ser libres. Usted ha vinculado la libertad a la esperanza, como si lo que deseáramos por encima de todo fuera ser libres. No es nada seguro. Yo, por ejemplo, no estoy seguro de querer ser libre, es decir, desapegado. También tengo ganas de estar ligado, de ser requerido, y no solo libre. Evidentemente, el vínculo, el verdadero vínculo, se toma libremente.

Cuando pienso en la palabra libertad y me interrogo por su genealogía, de dónde viene, tengo la impresión de que la libertad es política, es democracia libre. Pero a la vez quiero ser libre con una libertad que no sea solo como ciudadano. Quiero ser libre al relacionarme, sin pasar por la libertad política; tener un pensamiento de libertad que no requiera hablar de libertad. Libertad en un poema, en un espacio literario, en una mirada, en la percepción. Libertad de vivir, percibir, disfrutar, antes de que esa libertad se transforme en un un asunto político, de derecho. Es la posibilidad para el ciudadano que vive en un espacio de libertad cívica: poder reservar un espacio que no esté saturado por lo político".


Desapego: ¿objetivo final del humano? Vínculo: ¿necesidad de testigos, de solicitud desde los otros? Buscar -no solo anhelar- la libertad más allá de lo político -un marco siempre fijado y circunscrito a unas reglas de juego- que es posible y acaso, siquiera parcialmente, alcanzable. Buscar la libertad del pensamiento, de la expresión, de la formulación explícita de los sueños. Márgenes, rincones, subterráneos, islas...Derrida los señala. No andaba yo muy perdido en tales búsquedas.


La cita es de un libro que recoge entrevistas varias y que se titula "No escribo sin luz artificial", publicado por Cuatro Ediciones en 1999. Imprescindible y muy accesible para quien desee acercarse al filósofo por primera vez o una vez más.



Fuga de Caraco




"Nuestro peores enemigos son aquellos que nos hablan de esperanza y nos anuncian un futuro de gozo y de luz, de trabajo y de paz, donde nuestros problemas se resolverán y nuestros deseos se colmarán".

Lo cierto es que no reluce mucho últimamente el optimismo en Occidente, pero los que aspiran aún a destellos esperanzadores qué desnudos se encontrarán al leer esta cita del libro Breviario del caos, del constantinopolitano y sefardita Albert Caraco. Pero yo le entiendo. Los que prometen la salvación son los que menos soluciones concretas ofrecen. Los que nos piden la primogenitura por un plato de lentejas. Los que quieren que les demos un cheque en blanco para luego ponernos de nuevo al borde del abismo. No es al paraíso a lo que hay que aspirar sino a desbrozar la maleza que invade nuestras comunidades y saber sobre qué base debemos poner nuestros pies. Sin exclusiones, eso sí. ¿O estoy trasladando un mensaje de esperanza? Me pierdo.