Esa sensación que tenemos muchos, o pocos, o algunos, cómo medir a los secuaces, me ciño a la expresión abierta, de que estamos raros, por la edad, por la comprobación de las expectativas limitadas, cuando no frustradas, por el reconfortante escepticismo cuando no fecunda incredulidad más total, nos circunda, nos abriga o nos deja a la intemperie, según las horas variables, sospecho que para los demás (yo no hablo ya de muchos temas como antes, ni me interesa ni veo caminos de diálogo imaginativos, ni intención de acercamiento recíproco con otros individuos) el tiempo de la ilusión pasó hace mucho, el tiempo del mantenimiento de un eco de aquellos deslumbramientos también, las viejas revelaciones, incluidas las del amor, se extraviaron en las nebulosas, así que solo nos queda, a quien más o a quien menos, una actitud aparente, sin intención ni ganas por conducirnos en las conversaciones con los tópicos y estereotipos verbales, qué horror echar mano del clima o de la salud o cualquier otra anécdota personal o urbana, malo el día que nuestro verbo se limite a ello, nos queda un comportamiento prudente, callado, indiferente, y que nos llamen raros, que sabremos hacer de la rareza virtud.
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