Eso que llamamos mente no sabemos si es espacio, tiempo o némesis. Pero las noches traen sueños, los sueños deambulan ora apacibles, ora histéricos, la histeria tiene el rostro de un ángel exterminador que persigue al soñador desde lejanas época de su vida. Cuanta más rígida fue entonces la amenaza y más urdida la mentira, más el afán persecutor de la alucinación. El durmiente no sabe ni puede despertar, porque ha sido raptado por la maldición de aquella conducta que desafiaba el orden. Una vez llegado de nuevo al mundo donde abre los ojos mecánicos otra herramienta conceptual, la conciencia la llaman, le agita, le da dos sopapos, le refresca con la gélida agua del grifo para decirle: estás aquí, ya no en aquel entonces. Pero eso que se dice conciencia es débil. Pero la venganza del propio pasado es tesonera, implacable. Seguirá dando vueltas todo el día no al sueño de la noche última, sino al sueño de un tiempo que pretendió su secuestro.
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