Fuga del tránsito
Pasábamos doscientos o tres mil
por el viejo puente de hierro.
No se me da bien contar. Y me da lo mismo.
Contar solo sirve para ocultar la verdad.
Pasábamos: eso es lo único cierto
y nuestros pies sonaban a metal.
Ésa también es la otra parte de la verdad:
la de que caminamos
por instinto
y en el frío de la noche y el río debajo
parecíamos mensajeros de alguna buena nueva
cuya presencia hablaba por todos los vencidos.
Me aislé de los cuerpos que acompañaba
y me asomé al rumor de las sombras:
contemplar las luces especulares y en ellas
el crepitar de los hogares que ya no son.
Fue breve pero fecundo el diálogo
con la oxidada estructura que salva las orillas.
No me moví de allí. Quedé solo y en medio
de un afortunado olvido.
Poderosa es la mirada sobre la oscuridad
que hace apartarnos de la multitud.
Los últimos pasos se alejaban
y alguna voz reclamándome
y yo anonadado a caballo entre las riberas
como si descubriera el silencio por primera vez.