Leyendo en un poema de Octavio Paz:
"Una sonaja de semillas secas
las letras rotas de los nombres:
hemos quebrantado a los nombres,
hemos dispersado a los nombres,
hemos deshonrado a los nombres".
La imagen rural del México profundo y antiguo -ese sonajero cuyas semillas alborotan al ritmo de una mano- es una excelente metáfora para advertirnos de la deriva infinita de los nombres. Para bien y para mal. Para bien porque unos nombres apropiados dan lugar a otros y mantienen la esencia de lo que nombramos. Para mal porque muchos objetos o actividades han dejado de existir y el nombre queda huérfano. Pero ay, malditos de nosotros que hemos quebrantado, dispersado y deshonrado a los nombres por no hacer uso adecuado de ellos. Malditos por convertirlos en inapropiadas y criminales armas arrojadizas unas veces, en adulteración sin sentido de ellos en otras ocasiones, en la reducción, en fin, de su significado. No digo ya en su sustitución por lo que no dice nada y borra el contenido de la antigua denominación hasta conducirnos al lenguaje del sinsentido.
El trozo de poema pertenece a Pasado en claro. Por favor, pronúnciese Méjico, con jota. Al fin y al cabo la x fue un signo con sonido j en el viejo idioma castellano. Una herencia aceptada por mi parte.
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