Repta y huye hacia la luz, lector, no hay otra salida.


Fuga del despertar




Abres los ojos a la noche, aún el día se incuba, presientes la mirada escasamente eufórica, la admites resignada. Piensas: me falta èlan. Luego repasas la lista desordenada de pequeñas cosas que tienes que hacer para quemar las horas. Te parece repugnante la expresión quemar las horas, aunque a las horas no les interese si las aprovechas o las despilfarras. No eres sino un hombre más que vive, cada vez menos, en el charco de las ilusiones, de las que han ido quedando. Ya no es un nutriente ilusionarte pero aquello que regía tu vida hace años ya no es directriz de nada. La ilusión, ahora no vana, es sobrevivir con el menor de los percances posibles. En esa línea, te dices con cierto tono sacro que no hay que quemar las palabras. Son la última llave del cuarto de la ficción en que se vive.


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