No poderte quitar de la cabeza la turbia idea de que la expectación por la vida ha desaparecido. De que solo estás y sigues. De que no te entusiasma saber qué va a suceder mañana ni confías en que los hombres sean otros ni los paisajes más elevados. Tal es la consecuencia, o puede serlo, de aquel espejismo arrastrado desde los primeros tiempos de los descubrimientos. Tal vez la exigencia excesiva. Tal vez la conclusión de que no se modifican las conductas y que toda la geografía de la vida encubre pautas e intereses análogos que jamás se podrán superar.