Por primera vez en muchos años -mejor dicho, en todos sus años- no ha sentido nada ante la noche tradicional. Ha reducido lo excepcional a lo ordinario. Ha evitado recordar lo perdido. Ha soslayado comentarios que retrotrajeran al pasado. Se ha concentrado en el silencio del instante. Todo ello, lo alcanzado, ha tenido lugar sin proponérselo, sin esfuerzo, como si lo natural fuera precisamente esa situación de no celebrar nada. Cree haber vivido una descelebración.