Repta y huye hacia la luz, lector, no hay otra salida.


Fuga de la propiedad




¿Por qué la propiedad de los colores? ¿Por qué la propiedad de las palabras? ¿Por qué la propiedad de las ideas? ¿Por qué la propiedad de las formas, los volúmenes o las trayectorias? ¿Por qué la propiedad de las miradas? ¿Por qué la propiedad de la sangre, de las células, de las bacterias? ¿Por qué la propiedad de los niños? ¿Por qué la propiedad de los hombres en todas sus edades y géneros? ¿Por qué la propiedad de la salud y de la vida? ¿Por qué la propiedad de las sensaciones, los sentimientos o los afectos? ¿Por qué la propiedad del aire, del agua, de las materias de la tierra, del suelo mismo? Y muchos más porqués.

Sin embargo, uno, incurso en el error permanente porque es incapaz de resolver la disyuntiva entre la libertad y la posesión, cree que tanta propiedad acabará desposeyéndonos. Paradoja. Cuanto más nos apropiamos menos somos. Con nuestro pan nos lo comamos.

(Sólamente se nos escapa algo: la propiedad de nuestra propia sombra, aunque la creamos nuestra)