Repta y huye hacia la luz, lector, no hay otra salida.


Otro invierno





Lleva varios días obsesionado con el cuadro de invierno de Pieter Brueghel, apodado el Viejo por los historiadores del arte. Tanto que lo ha puesto de salvapantallas. Ahora se aproxima más a él, en frecuencia y en intensidad de observación. Percibe el frío, ante todo el frío. El frío no tiene voz, pero sí un eco profundo que siente que cala su imaginación. La luz lo transmite. Luego, sí, los colores de la nieve. Luego, también, las sombras oscuras de los cazadores, que regresan caturreando. Y hay un espacio acuático, congelado, vidrioso, donde la gente parece andar o patinar entre gritos y aspavientos. Y mujeres que trajinan junto a una hoguera, cuya lengua no entiende. Y unos pájaros, de los que él escucha los trinos. 

Gracias al pintor, y no importa si no ha sido fiel del todo a lo que vieron sus ojos, pues ya se sabe que de los artistas cabe esperar tanto el reflejo real como el deseado, él comparte otro tiempo, otra sociedad, otra cultura. Y tal vez todas sus alegrías, que el invierno resguarda. Y sus temores, que el invierno pronuncia con más agudeza.