Y si no duerme y ensueña, ¿qué fantasías no es capaz de describir con los trazos ocultos de sus anhelos? Esas oscuras figuraciones que destellan y crean situaciones dentro de él. Por unos minutos las vive y escucha el susurro de una voz cadenciosa, huele aromas profundos, siente calores ajenos, percibe el roce de otra piel, abre su boca a la humedad de aquella boca... Al menos ese tiempo lo ha dedicado a ahuyentar los fantasmas del mal. Para alcanzar ¿qué? Le basta entender un poco más del lodo que le conforma. Tratar de tocar otro estrato de su fondo donde no termina nunca de llegar. No reniega de su entrega en esas ensoñaciones despiertas donde hace de la ausencia una presencia íntima. Un pulso al sueño más insondable. Como si esos dos estados de ensoñación -la vela y el sueño- más que antagonistas fueran complementarios. Luego, la lasitud; tal cual. Ensoñando que un cuerpo se extiende a otro cuerpo.