Fue aquella mañana de otoño al tender la ropa. El viento corría frío y una de las sábanas se pegó a su rostro. Todo el tendedero se agitaba. La caricia le había impregnado de un retazo de infancia. El olvidado olor a jabón neutro, la textura húmeda de la ropa, el aire trazando surcos en su nuca. Testimonios de un tiempo inexistente. Allí, de pronto, los personajes que habían estado alguna vez ante sus ojos. Figuras tras el ámbar donde se difuminaban inadvertidamente. Permaneció como entonces, en un ángulo apartado de la escena de los mayores. Extendió la mano y nadie se la tomó. Palpó vacío. Estremecimiento por los años huidos.